viernes, 18 octubre, 2024
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Las historias nunca antes contadas de sanjuaninos que salvaron a chilenos de la dictadura

Esas cinco décadas se cumplieron el 11 de septiembre último y se conmemoraron acá y allá, reflotando esos vínculos que salvaron vidas durante los 17 años que duró la dictadura chilena.

La solidaridad de los sanjuaninos tuvo una gran respuesta trasandina, de gratitud, siempre. Esto se visibilizó días atrás en la Legislatura local, cuando la Mesa de Internacionalización de la Región de Coquimbo reconoció a los que ayudaron con el exilio chileno en San Juan. Fue una acción en colaboración con la Comisión de Diálogo Político que integran los consejeros regionales de Coquimbo y diputados locales. El encuentro dejó al descubierto tremendas historias.

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Los homenajeados fueron Guillermo Belascoain, José Casas, Daniel Castro, Alberto Fernández Herrera, Aldo Graffigna Cantoni, Carlos Graffigna (representado por su esposa), Jaime Mateos (representado por su hija), Horacio Quiroga y Rogelio Roldán. Recibieron una placa que fue como cerrar un círculo desde ese movilizador pasado hasta estos días de contemplación.

Horacio Quiroga, constructor de redes solidarias

Horacio Quiroga es arquitecto, docente e investigador de la Facultad de Arquitectura. Desde el año 2019 es diputado provincial por el Frente de Todos y fue reelecto dentro de Unión por la Patria. Es miembro fundador del Partido Frente Grande en San Juan y lo preside actualmente.

Llegó a San Juan desde Córdoba, que es su provincia natal, en el año 1981, para ingresar a la Universidad Nacional de San Juan a estudiar la carrera de Arquitectura. “Se empezaron a dar, entre 1981 y 1982, los primeros intentos de reorganización del movimiento estudiantil y entonces, como jóvenes que éramos, comprometidos y además enamorados de la idea de futuro que implicaba cerrar con la etapa negra de la dictadura y toda la esperanza de lo que la democracia, a través de la participación libre de los ciudadanos, nos deparaba, nos dábamos a la idea de construir otro mundo y obviamente con mucho fervor y entusiasmo nos organizábamos”, contó.

En ese contexto, Quiroga participó en eso de rearmar los centros de estudiantes y, consecuentemente, la Federación Universitaria de San Juan y ahí se encontró como militante estudiantil, en su caso, aseguró, sin una identificación político-partidaria.

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“Éramos expresión de jóvenes independientes que nos dábamos a la tarea de hacernos cargo de nuestro futuro y estábamos muy entusiasmados en aquel momento como ahora en construir y defender la democracia”, recordó.

En ese contexto tuvo la posibilidad, entre el año 1984, 1985, muy poquito después de haber recuperado la democracia, cuando había empezado como miembro de un movimiento estudiantil, a tener vinculaciones con las juventudes políticas de Chile.

“Ellos también, ya casi con 10 años de una terrible dictadura pinochetista que había sido muy cruenta, jóvenes de nuestra edad, un poco más grandes, daban una batalla en Chile por la recuperación de la democracia y, por supuesto, eran perseguidos”, recordó. “Ellos también, ya casi con 10 años de una terrible dictadura pinochetista que había sido muy cruenta, jóvenes de nuestra edad, un poco más grandes, daban una batalla en Chile por la recuperación de la democracia y, por supuesto, eran perseguidos”, recordó.

Los chilenos entonces “cruzaban la frontera de manera clandestina porque iban siendo perseguidos por las fuerzas militares chilenas. Y en búsqueda de una oportunidad de vida y de futuro, salían de Chile y nosotros nos encontramos en la posibilidad, en tanto dirigentes estudiantiles, de generar una red de solidaridad a los efectos de recibir compañeros y compañeras”.

No se conocían previamente, contó Quiroga, pero sabía que eran militantes, estudiantes, trabajadores, gente común, muchos de ellos también, que emigraban de Chile en búsqueda de la libertad, porque además eran concretamente perseguidos.

Esta movida tuvo mejores posibilidades durante el primer gobierno democrático de la Universidad Nacional de San Juan, a cargo del arquitecto Sebastián Villar como rector. Allí aparecían compañeros de militancia de varios años de Quiroga como el actual ingeniero Daniel Castro, que en aquel momento fue secretario de Asuntos Estudiantiles. Estaba también Guillermo Belascoain, que en ese momento era el presidente de la Federación Universitaria de San Juan. Quiroga presidía el Centro de Estudiantes de Arquitectura.

Entonces, en tándem, desde una situación de “militancia institucionalizada”, lograron, previamente decidido políticamente en términos colectivos, que la UNSJ como institución funcionara como un puente, como un articulador de la posibilidad de contener a compañeros y compañeras, estudiantes sobre todo, exiliados de Chile.

¿Cómo lo hacían? Quiroga relató que “a través de la infraestructura y el servicio que brindaba la Universidad Nacional de San Juan pudimos contenerlos, darles seguridad y que pudieran comenzar, por lo menos provisoriamente, una nueva vida con garantías de estar vivos y seguir formándose”.

Así, en diferentes momentos, Quiroga tuvo contacto y luego conoció personalmente a diferentes estudiantes que resguardó y con los que construyó lo que llama “profundos lazos solidarios”. Por ejemplo, con Jorge Mena Puebla, ya fallecido, y Enrique Valdebenito, actual director de la Casa de San Juan en Coquimbo. Horacio sigue vinculado con este último y con las familias.

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“La experiencia, vista así a la distancia, es altamente positiva. Me enorgullece haber sido o ser parte de un colectivo de gente que pensamos parecido, en el sentido de privilegiar la solidaridad política y el ejercicio en libertad de nuestras convicciones ideológicas”, valoró Quiroga.

El legislador se emocionó cuando se hizo el reconocimiento en la Legislatura: “yo miraba a mis hijos, a mi familia, a mi mujer, a mis amigos, y me daba mucha satisfacción que la vida me haya dado la posibilidad de que ellos vean de qué está hecha nuestra historia, mi historia, porque he pasado estos 62 años que tengo con los amigos que la he transitado, vinculado a la gente que me he vinculado, en definitiva de qué está hecha esta red solidaria de pensamiento libre y emancipatorio que nos compromete tanto con la vida democrática, tanto aquí para nosotros en la Argentina como con los hermanos chilenos”.

Y concluyó diciendo que “hemos actuado convencidos de que lo que teníamos que hacer era construir un mundo donde quepan todos los mundos sin violencias y particularmente con la posibilidad de mejorar cada día”.

Guillermo Belascoain, hacedor de puentes entre cordilleras

En el caso de Guillermo Belascoain, el agradecimiento de los chilenos tiene que ver principalmente con que fue presidente de la Federación Universitaria a partir del ’84 y, una vez que se recuperó la democracia en la Argentina, fue uno de los protagonistas de la reorganización de las organizaciones estudiantiles y tendió puentes con las del vecino país.

Esa Federación Universitaria tenía un determinado poder, aseguró: “Yo entiendo que era un organismo estudiantil que tenía más fuerza que la Federación Universitaria actual porque coordinaba los cinco centros de estudiantes de las facultades en todo lo que fuera, precisamente, común para la cosa universitaria. Me parece que hoy los centros de estudiantes actúan cada uno vinculado a su realidad circunstancial y nada más”.

Además, la Federación pesaba porque era la cabeza de la vinculación del movimiento estudiantil con la institucionalidad universitaria que estaba en proceso de normalización. “Desde este rol yo creo que es el reconocimiento que nos hace la gente, los compañeros de Chile, más que a mi persona, entiendo yo, al movimiento estudiantil de ese momento”, reflexionó Belascoain.

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La dictadura militar chilena comenzó en el ‘73 y en esos momentos Guillermo era un niño, tenía alrededor de 12 años. Su participación política se dio en la otra etapa, cuando en Argentina se avanzaba hacia procesos de democratización.

“La verdad es que nosotros como Federación Universitaria desde el movimiento estudiantil y para con los estudiantes universitarios que venían de Chile producto del exilio, tuvimos una actitud muy solidaria. Tratamos de darles amparo, fuimos articuladores entre los estudiantes y la universidad para que tuvieran becas para el comedor universitario, algunos para que fueran alojados en la residencia estudiantil, que en algún momento funcionó, por lo menos en algunas habitaciones ahí en El Palomar, y en general para acompañarlos desde el punto de vista institucional, pero también humano y también político a los compañeros que estaban en el exilio”.

Recordó que algunos habían llegado a San Juan exiliados por su situación, por sus opiniones políticas y algunos otros que eran hijos de exiliados chilenos. “La mayoría eran hijos nacidos en Chile, de exiliados chilenos, sus padres eran quienes fueron perseguidos políticamente por la dictadura de Chile y ellos habían desarrollado su niñez en la Argentina o en el exilio y estando en San Juan eran parte de la cuestión universitaria”.

El movimiento estudiantil se expresó de distintas maneras y una fue este lazo solidario entre naciones. “Incluso en muchas de nuestras movilizaciones, la solidaridad con la lucha del pueblo chileno por la recuperación de la democracia era una de las banderas y esto nos acercaba con los chilenos que se encontraban con nosotros, pero también con los chilenos que se encontraban resistiendo la dictadura en Chile”, destacó.

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Belascoain remarcó que la relación del movimiento estudiantil además se vinculaba con distintas organizaciones chilenas o de chilenos en el exilio y había algunas organizaciones solidarias que eran argentinos-chilenas como el CACCHI. También había algunas organizaciones de chilenos en el exilio como la que se llamó Chile Democrático, que nucleaba a chilenos en el exilio de distintos partidos políticos y su tarea era el trabajo político solidario desde el exilio para contribuir con la recuperación de la democracia en Chile.

“Nosotros desde el punto de vista del movimiento estudiantil, pero con un criterio político, tuvimos una relación bastante intensa con ellos y logramos muchas actividades en común de todo tipo, colaborando con la recaudación de recursos y demás. Y también tuvimos la posibilidad de una cuestión que para nosotros fue icónica. Fue que a través de los contactos de los compañeros de Chile y de nuestra actividad solidaria siempre, tomamos vinculación con la Federación Universitaria de Chile desde la Federación Universitaria de San Juan y organizamos unos trabajos voluntarios de los cuales participaron varios estudiantes de la UNSJ en Valparaíso”, recordó.

Para Guillermo “fue una experiencia maravillosa, una actividad solidaria en donde los estudiantes chilenos acompañados de los estudiantes argentinos, en particular sanjuaninos de la Universidad Nacional de San Juan, en los barrios de Valparaíso, realizaban actividades solidarias con los habitantes de la zona”.

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Ser parte de la construcción de la vinculación directa entre Federaciones Universitarias de distintos países enorgullece a Belascoain, sobre todo en esos tiempos difíciles. “Creo que estas cosas hay que seguirlas construyendo, más en estos momentos en donde aparecen en el mundo y en este momento en particular en la Argentina, propuestas políticas que niegan la democracia, que utilizan la democracia para negar la democracia”, opinó.

Los Mateos, entre «tíos» chilenos y postales lejanas

Paula Mateos es una reconocida socióloga de San Juan, que vivió de cerca e intensamente las acciones de su papá, el arquitecto Jaime Mateos, con los chilenos. En este relacionamiento entre pueblos, participaban las familias de quienes entablaban los lazos. Y Paula era pequeña, pero tiene marcados en la memoria esos momentos vividos con la gente de Chile en su casa.

“Tengo son recuerdos remotos de mi infancia, sobre todo eso, desde mi infancia hasta recuerdos, mucho más claros por supuesto, ya en mi adolescencia y mis primeros años de universidad. Los recuerdos de haber tenido chilenos en casa, los más remotos son de cuando yo era niña. Cuando empezó la dictadura en Chile, cuando fue el golpe contra Salvador Allende, yo tenía cinco años, año 1973, y tengo el recuerdo de la llegada a mi casa de chilenos y chilenas”, describió Paula.

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Recordó que la gente de Chile “en distintos momentos eran uno o dos que llegaban, se quedaban unos días y después partían, y esa situación era presentada ante nosotros los niños como que eran los tíos. Llegaban los tíos de Chile, el tío fulano, la tía fulana”.

A Jaime lo reconocieron ahora desde Chile recordando su buen corazón. “Tengo el recuerdo de mi viejo tocando la guitarra con alguno, mi viejo le gustaba mucho tocar la guitarra y era muy buen cantor y guitarrero”, apuntó la hija.

“Esas situaciones yo en lo personal no las viví como dramáticas, pero evidentemente eran tremendamente dramáticas, y tengo el recuerdo también de después de estos tíos se iban y por un tiempo no se sabía nada de ellos. Y después al tiempo llegaban postales, en aquella época llegaban postales, de Estocolmo o de Madrid o de Roma, y eso los ponía inmensamente felices a mis viejos, era algo que los emocionaba hasta las lágrimas. Y claro, yo con los años entendí que la llegada de esas postales significaba que estaban a salvo”, contó emocionada ella también,

Con los años, Paula también entendió que los que pasaban por su casa eran refugiados, que claramente estaban huyendo. Cuando la dictadura militar en Argentina volvió la situación mucho más compleja, los huéspedes empezaron a mermar.

“No me olvidaré nunca esa imagen, porque yo en mi infancia creía que teníamos familia en Chile. De esta manera los padres nos protegen a los niños en estas situaciones tan dramáticas”, valoró Paula. “No me olvidaré nunca esa imagen, porque yo en mi infancia creía que teníamos familia en Chile. De esta manera los padres nos protegen a los niños en estas situaciones tan dramáticas”, valoró Paula.

Cuando ya en Argentina había democracia y todavía había dictadura en Chile, recordó ella que ya era más grande de edad, estaba en los primeros años de la universidad, y empezaron a llegar otros chilenos que ya no eran necesariamente presentados como tíos. “Ya era muy claro que eran compañeros, que necesitaban ser ayudados, y que en ese momento se estaba preparando en Argentina ‘la campaña del No’”, contó.

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Recuerda dos huéspedes en particular, que estaban preocupados porque Gendarmería en Barreal los devolviera a Chile, un relato que escuchó en alguna comida familiar con “los tíos”.

“Viéndolo a la distancia, por un lado, no puedo no reflexionar en torno al tremendo coraje de estos compañeros que arriesgaban todo en Chile y que luego arriesgaban todo para poder huir también. Eso es algo que siempre me impresionará, siempre me conmoverá, porque sabemos lo que son las dictaduras, sabemos lo que son las persecuciones así que a la distancia yo veo con mucha épica esta historia y con mucho heroísmo”, valoró.

Paula reivindicó el rol familiar en este tipo de situaciones. Al menos desde su experiencia en primera persona pudo vivirlo como un compromiso de todos dentro de la casa. “Yo siempre voy a agradecer el reconocimiento a mi padre, fue un tipo fuera de serie mi viejo, pero también lo merece mi mamá. Estoy convencida de que mi mamá y mi papá aportaron su pequeñito granito de arena en el marco de una lucha y de una resistencia que se pudo sostener porque fue colectiva. Y una lucha en la que muchas y muchos van a permanecer en el anonimato para siempre”, reflexionó.

Para la arquitecta, sus padres “hicieron lo que éticamente había que hacer en el momento en que había que hacerlo y punto, ya está. Yo creo que hay ahí una cosa épica de parte de ellos, pero también hay una convicción de que las verdaderas transformaciones sociales y populares solo se concretan cuando el compromiso es colectivo”, opinó.

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A Paula, el tema le trae análisis profundos acerca de sensaciones y pensares, para ella a los colectivos hay que ponerles un rostro, sacarlos de lo abstracto. “Hay sonrisas, hay sentires, hay lágrimas, hay emociones que siempre son personales, que son subjetivas. Hay un sociólogo colombiano, (Orlando) Fals Borda que habla de ‘sentipensamientos’. Yo siento eso, o creo eso, siento y pienso que hay sentipensamientos que nos atraviesan y que esos sentipensamientos compartidos son los que le dan la verdadera densidad a la memoria. Esa es la percepción que tengo a la distancia”, concluye.

¿Qué sabe de lo que pasó con esas personas después de que las alojaron? ¿Qué fue de esos tíos que visitaban a los Mateos? “De la enorme mayoría no tuvimos algunas postales a lo largo de los años, pero la verdad que creo que también era una cuestión de seguridad. Ni siquiera sé si los nombres que tenían eran sus verdaderos nombres, como tampoco sé si ellos sabían los nombres nuestros, quizás sí porque llegaban las postales a casa. Sí sé que quienes llegaron a estar a salvo se comunicaron para avisar de algunos. Sí hemos tenido alguna noticia siempre de mucha alegría y gratitud”, remató Paula, con el deseo adentro del corazón de que el reconocimiento vaya para los héroes anónimos que lucharon en ese trance.

Alberto Fernández Herrera y el día que la sobrina de Salvador Allende pasó por San Juan

A Alberto Fernández Herrera le dicen «Nolo» y fue un destacado activista pro Chile durante la dictadura, con un compromiso cristiano y militante en la solidaridad con el país vecino.

Miembro de CASCHI (Comité de Ayuda y Solidaridad con Chile), fue el último presidente de la organización. Movilizó legisladores para denunciar abusos en Chile y permaneció conectado al pueblo chileno como demócrata cristiano. A la par, desempeñó un papel importante en la creación de ICACHI (Instituto Cultural Argentino-Chileno), siendo su secretario general durante mucho tiempo.

Con 75 años, Alberto se jubiló, pero sigue en varias actividades, varias relacionadas con su espíritu cooperativista y productivo. Es inquieto. Su relación con la política nació desde muy joven, dentro del pensamiento de Opción por los Pobres en la versión latinoamericana, al de monseñor Angelelli y del padre Mugica. Ahora comulga con el frente que encabeza el justicialismo.

“Yo tenía 23 años y era militante político. Yo era profesional y vino el golpe de Chile. Mi casa era una puerta abierta para todos los compañeros y compañeras», dijo.

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«Sufrimos mucho la dictadura, supimos contener políticamente”, contó Nolo. «Sufrimos mucho la dictadura, supimos contener políticamente”, contó Nolo.

Él sabía lo que era estar lejos de la Patria, huyendo, porque lo había vivido cuando se fue por cuatro años a Brasil, más precisamente a Recife, donde lo cobijaron en una Iglesia quienes pensaban como él y se enrolaban en la teología de la liberación.

Vivía detrás del Sporting Estrella, en una casona donde iban a parar chilenos de todas las edades, hombres y mujeres escapando del terrorismo de Estado. Calcula que dio refugio a unas 140 personas, por estadios, entre 1973 y 1990.

Una de sus invitadas, contó, fue la sobrina de Salvador Allende, Denise Pascal Allende. “Había códigos que no existen ahora, allá les llaman camaradas. Un día me dicen ‘está Denise de viaje de Calingasta. Para San Juan, el espacio más corto está en el Pachón. Entonces pasaron a pie. Muchos compañeros la guiaron y gendarmes amigos. Ningún exiliado que viniera de Chile podría permanecer más de 4 horas dentro de los 500 km de frontera y para venir estaba la Ruta 12 y eran 4 horas de viaje. Nos preguntamos cómo hacer para protegerla a ella y su grupo. Yo pienso que si te van a secuestrar, tenés que gritar, sino estás consintiendo. En política debíamos hacer público que ella estaba en San Juan”, aseguró.

En la estrategia de vociferar a los cuatro vientos que Denise estaba en San Juan, a Nolo se le ocurrió llamarle al periodista Lucho Román, en ese entonces voz de Radio Colón, quien abrió la emisora a las 4.45 de la mañana para hacer una “transmisión especial”, afirmó Fernández.

Así repitió por el éter radiofónico que la sobrina de Allende estaba en la Provincia. A los pocos minutos, el teléfono fijo en ese entonces le explotaba al sanjuanino, que fue el ángel guardián de la mujer durante unas horas. Ella consiguió un salvoconducto y llegó sana y salva a Córdoba y desde allí siguió camino, aseguró Alberto. “Sigo en contacto con ella y con Isabel Allende”, aseguró.

Alberto se define como “un cristiano comprometido” y nunca dudó en darle apoyo a los chilenos pese a que siempre se sintió en peligro, dijo. Aún le quedan resabios de esas épocas: “cuando andás en un coche miras de reojo y si sentís una sirena igual, porque antes te tirabas al piso”, confesó.

José Casas, mochila al hombro y los recuerdos de Valparaíso

José Casas se autodefine como un poeta, escritor, sociólogo, trabajador de la cultura y, sobre todo, militante de derechos humanos. Los chilenos le reconocen el haber usado su poesía y su claustro para denunciar la situación del pueblo chileno durante la dictadura de Pinochet. Era el que tomaba su bolso y cruzaba la cordillera para ser parte de las marchas y protestas, acompañando al pueblo chileno. Fue parte de los trabajos voluntarios en Valparaíso. También expositor permanente en cuanto foro de solidaridad con Chile y Latinoamérica se armaba.

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“Lo que yo hice fue trabajo de solidaridad en el sentido político y personal, con exiliados chilenos a lo largo de varios años”, describió. “Lo que yo hice fue trabajo de solidaridad en el sentido político y personal, con exiliados chilenos a lo largo de varios años”, describió.

Primero ayudó a “algunos chilenos que eran militantes y llegaron exiliados, huyendo de Chile, que visitaron el San Juan y militaban acá políticamente. Yo trabajaba con ellos solidariamente desde la Juventud Comunista, donde yo militaba en aquel entonces”.

Luego, ya como docente universitario, como sociólogo, contó, tuvo alumnos que venían del país vecino. “Fueron varios jóvenes que pude ayudar, algunos sí los alojé, cuando estaban en situación difícil. No todos eran exiliados, eran jóvenes que no tenían posibilidad de estudiar allá, y venían a estudiar acá, sin muchos recursos, pero dentro de un marco político que había en Chile. Acá ya había el gobierno constitucional y allá la dictadura”, rememoró.

«Uno lo considera parte de una militancia política de izquierda. Era la solidaridad con Chile, con el pueblo chileno, con los que venían del exilio y era un deber político. Algunos eran de la misma línea política que yo, para otros no era fundamental ser solidarios y era parte de una lucha por derrotar la dictadura de allá, como también luchamos para derrotarla de acá. Eran otros tiempos, donde mirábamos al mundo con un ancho porvenir, pensábamos hacia adelante hoy totalmente distinto, todo se cayó, los países socialistas, la unión soviética no existe nada de ello, todo lo contrario pero bueno, la experiencia democrática de ahora de Chile abre esta posibilidad el rescate de la solidaridad», analizó.

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Supo algo sobre la gente que cuidó. «Con algunos de ellos aún tengo contacto una mayoría regresó a Chile con algunos he perdido el contacto, pero a veces tengo noticias de ellos indirectamente. Con los que no volví a tener contacto fue con aquellos estudiantes que estuvimos presos en Chile un tiempo antes de la caída de Pinochet, cuando había grandes luchas en Chile contra la dictadura era un trabajo solidario. Los argentinos éramos como el aseguro para los estudiantes chilenos. Muchos de ellos habían acabado de salir de la cárcel y era un problema volver a la prisión para ellos. Al ser detenidos todos, nosotros dijimos que no nos íbamos hasta que no liberaran a los chilenos y fue una presión que hizo que estuviésemos mucho más tiempo detenidos ahí, hasta que a altas horas de la noche nos largaron a todos. Recuerdo que en el consulado de Valparaíso nos recibió el cónsul argentino y nos dio un sándwich de cena y no sé cómo dormimos en el piso porque no había lugar. Éramos 18 argentinos», recordó esos años de plomo.

Es tanto el cariño de José por Chile que hoy su hijo menor es chileno-argentino.

Más brazos abiertos

Otro de la sanjuaninos a los que el Gobierno de Chile reconoció por tender brazos solidarios a sus exiliados es Daniel Castro, que fue secretario de Asuntos Estudiantiles de la Universidad Nacional de San Juan y les dio cobijo a muchos estudiantes chilenos, que no podían estudiar en Chile por razones políticas. Su secretaría fue clave para permitirlo. Era la época alfonsinista que, entre otras cosas, le posibilitó al exilio chileno autobuses para trasladarse a votar al vecino país y participar del plebiscito del Sí y el No.

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Además, Chile le agradece a Rogelio Roldán quien en el local del partido comunista funcionaba el movimiento democrático popular (MDP), en cuyos espacios se discutía y se convocaba a acciones de solidaridad con los chilenos. Es parte de una cadena numerosa de militantes comunistas que traccionaron este proceso.

Sanjuanino reconocido también es Aldo Hugo Graffigna, quien recibió en su casa y le dio asilo por mucho tiempo a quien fuera el último gobernador de Huasco en la época de Salvador Allende, y que escapara exiliado a Mozambique, Víctor Hugo Rojas. Aldo supo recibirlo y darle la contención necesaria, por eso representa a otros sanjuaninos anónimos que, sin preguntar, abrieron las puertas de sus casas y permitieron que los chilenos se quedaran al resguardo de la persecución de los militares.

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Por último, los chilenos mostraron gratitud a Carlos Grafiggna, ya fallecido. Le valoran su actitud solidaria que lo llevó a recibir en su casa a chilenos que escapaban de la dictadura pinochetista. En su morada se repetían los desconocidos. Y sus hijas aprendieron a no hacer preguntas mientras las cortinas permanecían cerradas, según destacaron en el homenaje póstumo que recibió días atrás. Era el decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de San Juan.

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