A dos semanas del tan inoportuno y destemplado como absurdo y poco riguroso discurso presidencial en el foro económico internacional de Davos que provocó un intenso debate público y motorizó una nueva marcha de protesta en el plano, el oficialismo inició el 2025 en el Congreso de la Nación no solo manteniendo la iniciativa política, sino dando algunos pasos decisivos para dominar las reglas de juego y garantizarse el centro de la escena.
Lo cierto es que mientras los ecos de las afirmaciones de Milei en el gélido cantón suizo -por cierto, ratificadas en varias entrevistas posteriores- siguen resonando en el ambiente de la política y en la agenda mediática, el comienzo de las demoradas sesiones extraordinarias en la Cámara de Diputados dio cuentas de un escenario altamente favorable al oficialismo: la suspensión de las PASO y las leyes de reiterancia y reincidencia y de juicio ausencia obtuvieron media sanción, mientras que el controvertido proyecto de “ficha limpia” consiguió dictamen y ya estaría en condiciones de pasar al recinto la semana próxima.
Más allá de que aún resta ver lo que sucederá con este “paquete” de leyes en la cámara Alta, no deja de ser sorprendente la capacidad y la alta eficacia del gobierno nacional para fijar la agenda y conseguir resultados en un escenario parlamentario donde se encuentra en manifiesta minoría y donde más allá de la lógica “curva de aprendizaje” carece de referentes de peso con capacidad de negociación y argumentación. Si bien eso mismo ocurrió también durante buena parte del año pasado, lo cierto es que aun ante las perspectivas de un proceso electoral que ya es una realidad, con la persistencia de la poca vocación negociadora y algunos “nuevos” factores contingentes que a priori podría esperarse complicaran el trámite de varias de estas iniciativas, el oficialismo parece no encontrar -al menos por ahora- grandes escollos.
Acelera y avanza en esa carrera por consolidarse como el centro gravitante del poder, y lo hace con una inocultable vocación totalizante. Y obtiene resultados en esa carrera que, un observador desprevenido de la realidad nacional, imaginaría repleto de escollos políticos y vallas institucionales.
Avanza, más allá de las confrontaciones generadas por la agenda “anti-derechos” explicitada por Milei en el estrado de ese foro capitalista que anualmente se reúne en los Alpes suizos, la ratificación de algunas de esas declaraciones durante las últimas semanas, e incluso el avance con algunas decisiones de esa alucinada cruzada contra la cultura “woke” -el mayor “peligro” que acecha a Occidente según el presidente-. Más allá.
Acelera, consiguiendo sortear incluso la regla no escrita que impedía modificar las reglas en años electorales. Más allá de haber dinamitado lo que parecía una casi segura alianza político-electoral con el PRO, y no ocultar su afán de cooptación de varios de sus referentes, consigue el apoyo unánime del partido de Macri para la eliminación de una herramienta que lo debilita aún más de cara a la posibilidad de revitalizar la negociación de una alianza electoral que hoy parece agonizar.
Y, de paso, aunque se sabía que la suspensión de las PASO contaba con una suerte de acuerdo tácito con el PJ, la libertad de acción explicitada por el jefe de bloque peronista en Diputados acabó dejando en evidencia no solo la heterogeneidad de criterios (25 a favor, 43 en contra y 24 abstenciones) y la falta de una estrategia frente al gobierno, sino la vitalidad de la sorda y dura disputa de poder de Cristina y La Cámpora con el gobernador Kicillof y la mayoría de los intendentes peronistas no cristinistas, que amenaza con crecer conforme avance el calendario electoral y el gobernador plantee un previsible desdoblamiento. Una interna que, además, deja en evidencia a un espacio que frente al desafío de un gobierno que los eligió como adversarios, y frente a la visibilidad en la agenda de problemas acuciantes como el de la seguridad en el conurbano, parece más ocupado en dirimir intereses personales que abrazar una estrategia común.
A esta altura está más que claro que, pese a las agendas, coyunturas y posicionamientos preelectorales, el terreno de la disputa política continua resolviéndose a favor del oficialismo, y que ello sucede -en gran medida- porque la oposición sigue fragmentada, en muchos casos incluso atomizada, debilitada, resignada, paralizada, carente de nuevos liderazgos capaces de interpelar nuevas demandas, e incapaz de encontrar clivajes que le permitan plantear alternativas superadora y posicionarse competitivamente en un escenario que cambió drásticamente.
Ahora bien, aunque sea cierto que la fortaleza del gobierno y la debilidad de la oposición son las dos caras de una misma moneda, que Milei hoy encuentre un terreno yermo para avanzar en la búsqueda de una hegemonía política (y cultural en el sentido gramsciano del término) no implica en absoluto que millones de argentinos se sientan plenamente representados por Milei ni, mucho menos, que adhieran a su particular visión de la tan mentada “batalla cultural”.
Aquí es donde reside la fortaleza y, a la vez, acechan los principales riesgos para un Milei que por momentos parece volar a velocidad supersónica, pero que aún debe atravesar el peligroso “triángulo de las bermudas”. Es que no debe perderse de vista que la fortaleza de Milei radica fundamentalmente en la percepción positiva que importantes sectores de la opinión pública tienen respecto a lo conseguido durante su primer año de gestión, una adhesión basada en criterios prácticos -no ideológicos- y que tiene sus pilares en la inflación, el déficit fiscal, el control de la calle, y la calma cambiaria, entre otros tópicos.
Así las cosas, es probable que mientras los resultados en este plano de la gestión sigan siendo tangibles y alimenten las expectativas optimistas de esos sectores de cara al futuro, Milei no solo mantenga altos niveles de aprobación, sino que incluso conserve cierto crédito o indulgencia para algunos derrapes discursivos, afirmaciones destempladas, caricaturizaciones de la realidad e incluso hasta mordaces mentiras.
Sin embargo, parece como mínimo arriesgado lanzarse desenfrenada e irreflexivamente, sin matices, y a como dé lugar, a una “batalla cultural” cuyos contornos carecen en la inmensa mayoría de casos de escaso rigor y evidencia científica, y cuya legitimidad para muchos de los que lo apoyan es algo que incluso está en duda. Y si eso ya no fuese de por sí arriesgado, hacerlo cuando aun la gran mayoría de los problemas estructurales de la economía están lejos de estar definitivamente resueltos, y flagelos como la pobreza o dramas como el de la inseguridad afloran con crudeza, parece una actitud tan irresponsable como arrogante.
Quizás el presidente -o alguno de sus estrategas afines a estas lecturas- debiera releer el clásico de Sun Tzu (El Arte de la Guerra) cuando recomienda no permitir “que el ego te guíe en la batalla”.