No te pasó nunca que llamás a alguien y, en lugar de contestarte, te responden con un mensaje de texto diciendo: ¿qué pasa?”. Más que un filtro, parece una advertencia: «no te acerques sin avisar”. Esto representa un paso atrás porque se pierde una oportunidad de conectar de forma más humana, se impone el individualismo y el teléfono pasa a perder utilidad.
“Ese aparato que una vez revolucionó las relaciones humanas se ha convertido en un teclado portátil”, sostiene Pablo Foncillas, profesor de Escuela de Negocio. «Es también una forma de controlar el mensaje, lo que decimos, que tumba la empatía».
Cuando llega el momento de conversar, preferimos editar nuestras palabras en un mensaje o enviar una nota de voz más larga que un podcast de Ibai Llanos. Según Sherry Turkle en Reclaiming Conversation, esta obsesión por controlar lo que decimos nos está robando algo esencial: la empatía. Lo que debería unirnos, la voz por medio del teléfono, se ha transformado en un escudo contra la vulnerabilidad de hablar cara a cara (o mejor dicho, oreja a oreja).
El teléfono, a pesar de todo, no ha olvidado su propósito original. Llamar sigue siendo posible, incluso revolucionario. Tal vez sea incómodo, especialmente si el que descuelga es un comercial hablando más rápido que un concursante en su minuto final de Pasapalabra. Pero también puede ser un gesto auténtico….casi diría que valiente en los tiempos que corren. Una llamada inesperada puede marcar la diferencia: no para vender algo, sino para reconectar con alguien. Charlar como artículo de lujo. La voz como símbolo de humanidad.