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“La dueña de casa quería sentirse en la selva de Brasil”, cuenta Cecilia Grant, paisajista quien junto a su colega, Sabrina Martin, fue encargada del diseño de este espacio verde de 1000 m2. En efecto, la casa está inmersa en la vegetación. Las especies colman de tonalidades de verde y texturas con más o menos brillo, formas de hojas que sorprenden, a cada paso.
“Otro de los pedidos fue que no hubiera flores ni color”, retoma Grant, algo que se logró desde el ingreso, donde el vehículo se “sumerge” fuera de la vista, gracias a una masa de vegetación exuberante. La casa, situada en un lote en esquina muy expuesto, requirió de un diseño de frente y lateral logrados, y de una búsqueda de espacios interiores que continúen con la estética paisajística.
Amplios pasillos, patios y galerías configuran una arquitectura con mucha información, que el diseño paisajístico logró acompañar sin atenuar las líneas y el diseño. Se buscó que todo el diseño del frente y del lateral fueran vistas principales tanto del interior como desde el jardín. Allí se lucen algunas de las estrelitzias, boinas de vasco, helechos serrucho y philodendron, especies que se usaron para lograr una sensación de plantación añeja.
El terreno contaba con un árbol, un roble, que las paisajistas cuidaron durante toda la obra. Hoy se ubica en la entrada de servicio. En otoño, el árbol aporta un color rojizo que contrasta en las escaleras que se ubicaron para el acceso, y se rodearon con Philodendron misionero, jazmín de leche rastrero y pasto inglés en las alzadas. Además, al roble se le armó un colchón de helechos y boinas de vasco.
Para acompañar el efecto de inmersión natural, la arquitecta diseñó un estanque que las paisajistas aprovecharon para nutrir de nenúfares. Strelitzias, alocasias y boinas de vasco acompañan con volumen esta entrada, aportando así la intimidad necesaria. Así lograron que cada una de las caras de esta vivienda en una esquina encuentre un punto de interés, y un gesto que la vuelva única.
A su vez, continúa la paisajista Grant, “el pedido especial de la arquitecta fue recalcar y destacar el efecto ‘voladizo’, así que buscamos que las formas curvas de la vegetación equilibre las líneas rectas y sume movimiento”. En este sentido, por ejemplo, una de las fachadas cuenta con una pared de hormigón suspendido, cuyo plano rígido se logró romper con la con la Strelitzia nicolai, que además aporta altura. A su vez, esta especie brinda intimidad al toilette, que quedaba expuesto a la calle.
Para el jardín, las paisajistas definieron un espacio limpio, con lugar para que los más chicos jueguen al fútbol. Se mantuvo el Ginkgo biloba, en tanto este sector, así como la pileta, se ubicaron tres escalones más abajo del nivel de la casa. Desde allí, los voladizos exponen el gris del hormigón y contrastan con el verde, logrando sacar lo mejor de los dos mundos. Infaltable, el fogonero para los atardeceres, entre la frondosidad de la selva.