Estamos inmersos en un proceso de innovación tecnológica continua. Nuestros teléfonos móviles «inteligentes» se han convertido en dispositivos poderosos que nos conectan con el trabajo, la familia, pareja, la escuela, las relaciones y el entretenimiento.
La industria tecnológica y las redes sociales, a propósito, o no, podrían estar dañando en forma activa nuestra inteligencia colectiva. La ciudad de New York inició una demanda contra las plataformas líderes –Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat y YouTube–, responsables de gestionar estrategias «adictivas y peligrosas» que afectan la salud mental infantil.
Observamos nuestro mundo, procesamos la información y construimos modelos mentales necesarios para vivir y sobrevivir. Las plataformas tecnológicas y las redes sociales intervienen con la generación de distorsión y modifican nuestra percepción de la realidad.
Esto podría manipular nuestras decisiones y opiniones, a partir de información y contenidos a partir de parámetros de comportamiento generados por nosotros mismos. ¿Por qué estas plataformas son «gratuitas»?
¿Cuánto pagamos por mes por utilizar Instagram o TikTok? ¿Qué artilugio de la ingeniería del marketing nos regalan la maravillosa experiencia funcional y visual con la que convivimos y nos dopa?
¿Qué lógica explica que nueve de cada diez adolescentes reconozcan que pasan tiempo en exceso en línea? Según nuestra encuesta realizada a 100 adultos con edades comprendidas entre 20 a 50 años que viven en Buenos Aires y sus alrededores, durante el último semestre de 2023, el 57% admitió que es un problema importante y que no lo pueden manejar.
Los niños se inician cada vez más temprano en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación.
Redes sociales en los niños
Estamos envueltos en un círculo adictivo que, en ocasiones, parece decidir por nosotros y nos induce y conduce de manera programática, registrando y conociendo todo de nosotros. Pero tratándose de menores, el adjetivo «adictivo» podría convertirse en «dañino», porque ellos se encuentran en formación y los más pequeñitos reemplazaron el chupete por el dispositivo.
La edad de iniciación en la tecnología pasó de 13 a 9 años luego de la pandemia del coronavirus, pero los bebés de 2 años ya consumen pantalla en lugar de arrumaco y chupete. ¿Quién puede negar el comportamiento de los adolescentes con sus teléfonos móviles?
Las redes sociales son el espejo de como vivimos; instantaneidad, filtros y superficialidad patrocinan el proceso de convertir la ficción en realidad, establecidos ahora como parámetros regulares y estándares de la vida corriente que terminarán propiciando insatisfacción y ansiedad.
Surge de nuestra investigación que el 62% de los adolescentes revisa los mensajes y notificaciones antes de levantarse de la cama, el 40% reconoce que se sienten nerviosos y ansiosos cuando no tienen su teléfono celular con ellos.
El sentimiento de soledad y enojo podría asociarse con situaciones diversas: el rendimiento escolar o ser víctima de bullying. Pero el 40% de los adolescentes lo relacionan con la falta de su teléfono móvil.
Las niñas son más propensas que los niños a experimentar estos sentimientos. Algunos estudios indican que los efectos colaterales futuros podrían acarrear depresión, ansiedad, impulsividad y dificultad para conciliar el sueño.
Gabriel Zurdo.
Menos pantallas y más vida real
La adicción de los menores a sus dispositivos podría condicionar la capacidad para retener nueva información y formar nuevos recuerdos. La distracción es uno de los factores fundamentales, cuando especialmente los adolescentes se convierten en trans-humanos, operando tres dispositivo y plataformas en simultaneo.
Esto se potencia por tres factores que afectan la independencia de los menores sumergidos en sus pantallas: la conectividad total a Internet, a cualquier hora y en cualquier lugar y el arsenal digital del que disponen.
Debemos trabajar para que nuestros hijos abandonen sus teléfonos móviles y se relacionen con personas de la vida real. Esto no solo les dará una «solución» de dopamina en la vida real, sino que también ayudará a sus habilidades sociales.
Paradigmático o no, las redes sociales concebidas para sociabilizar y comunicar generan el efecto inverso y otras posibles consecuencias y daños colaterales que ameritan atención tratándose de niños.
Esta generación que esgrime la palabra «cringe» como expresión de vergüenza ajena, adolece de guías y recursos para administrar, moderar y dosificar sus consumos tecnológicos y el uso equilibrado y racional de una industria que los copto y que parece no estar interesada en proveerlos.
(*) Director general ejecutivo de BTR Consulting.