Una pila de ropa. Detrás de Carola Reyna hay una pila de ropa y otras cosas acumuladas que intentan mantener un orden, si eso es posible. Todo lo que estaba en las otras habitaciones ahora copa el living. Las lluvias “subtropicales” castigaron la casa de la calle Azopardo en el barrio porteño de San Telmo. “Una catástrofe. Y con estos días, así de lluvias y lloviznas, ni siquiera puedo abrir las ventanas para que se vaya el olor a humedad”, dice sin perder la calma a pesar de no saber muy bien dónde está viviendo.
“Le dije a Boy [Olmi, su pareja desde 1994] que ya no puedo soportar otro Airbnb [alquiler temporario]. Mecha [Mercedes Morán] me dijo que vuelva. Ella fue la primera en darme refugio –dice de su buena amiga–. Tengo una vida nómada, me muevo entre casas de conocidos y alquileres”.
Es viernes, afuera está gris y Carola enciende una lámpara para dar un poco más de luz. Esa noche tendrá una nueva función de Okāsan. Diario de viaje de una madre, la obra que, desde junio 2023, sube al escenario del Teatro Picadero. “Rafa hoy vuelve a verla –cuenta con una emoción genuina– que él este en el teatro es… como cerrar el círculo”.
La semana anterior, al final de la función Carola bajó del escenario y fue directo a fundirse en un abrazo con Rafael Candino, su hijo. Él no se fue a Japón como Matías –el hijo de Mori Ponsowy, la autora del libro en el que está basado la obra–. “Rafa se fue a España en 2015. Se enamoró de una española y empezó a ir y venir. Hasta que un día lo decidió y se instaló allá [trabaja en producción de cine, series]. Al comienzo fue un mazazo, pero también poco a poco una empieza a soltar. Pensé en llevar la obra a España, solo para que la viera Rafa –confiesa–. Pero ya está. Ya la vio”.
–¿Le gustó?
–Le encantó.
La sonrisa de satisfacción de Carola es tan grande que por un instante le desacomoda los lentes. En ella, como en la mujer de la obra, hay una mezcla de orgullo por ver crecer a su hijo y saber que está bien, pero, como aquella mujer, al comienzo le fue raro perder esa cotidianidad, el saber que estaba lejos.
Un mes antes de cumplir veintiún años, mi único hijo se fue a vivir a Tokyo. Había ganado una beca del gobierno japonés para cursar allá sus estudios universitarios. Hasta entonces habíamos vivido siempre juntos. Siempre solos, en distintos países, escribe Ponsowi y Carola pone voz y cuerpo en el escenario.
“Cada uno por su lado, con su vida –dice como la lección de un aprendizaje en el que se refleja la compleja transición, la de ser una madre imprescindible a punto de volverse casi invisible–. Dar amor, herramientas, dar alas, correrse para que puedan volar, hacer espacio. También es cierto que el mundo se ha vuelto más cercano, que todo pareciera estar más a mano. Los jóvenes van, vienen, se mueven en estos tiempos. Pero no solo lo digo por aquellos que se van a vivir lejos, están en pleno movimiento”.
El diario de viaje de esta madre llegó a las manos de Carola a través de su amiga Sandra Durán, quien adaptó la novela junto con Paula Herrera Nóbile y la propia Reyna. “Fue Sandra la que me dijo: ‘para mí es una obra, es un unipersonal y vos tenés que contar esta historia’”.
–Al desafío de encarar el unipersonal se sumó el de la producción.
–Disfruto este trabajo, me gusta hacer esta obra, lo que cuenta. Estar en todo es un desafío pero que disfruto. Es la primera vez, es como si te metieras en una función y fueras al detrás de escena. La producción la hago con mi amiga, con la que me trajo la idea, y Luchi Becerra. Un equipo hermoso, que amo.
–En un fragmento de Okāsan, Mori escribe: “Ahora hay una distancia que está hecha de tiempo, una distancia que no entiendo; que detesto. Una distancia a la que no me acostumbro y que no puedo traducir. Los pechos que nutren, la mujer que da vida, es lo que ya no soy”.
–La maternidad no tiene un lugar fijo, la vida tampoco y hay que hacerse cargo de quién es uno. Uno está cambiando todo el tiempo. Lo que ocurrió en pandemia…Todo lo que viví en ese tiempo tiene que ver con lo que estoy haciendo ahora. No fue fácil darse cuenta, creo que nos pasó a la mayoría, tener esa sensación de que se podía detener todo y para siempre. Estaba conectada a la distancia con Rafa, pero esa sensación de que no podíamos vernos pasara lo que pasara –hace una pausa, no es una pausa cargada de angustia, al contrario–. ‘Tu tiempo es hoy’, decía el Flaco Spinetta [Muchacha, piel de rayón, no corras más, tu tiempo es hoy]. Y es ahora, el tiempo es ahora, el de hacer, porque ahora podés. ‘¿Y quién soy yo ahora?’.
–El paso del tiempo hace que los vínculos cambien, no solo el del “rol” que se tiene en el imaginario social de la maternidad.
–Pasa con los amigos, con tus padres. Hay momentos en los que tus padres pasan a ser tus hijos. Son etapas de la vida misma y la obra está relacionada con ese devenir… con el cuerpo, con las despedidas, con la condición humana.
“A mi madre le decían Yoia (por joya y alegría). Le encantaba festejar. Hoy hubiera cumplido 85 años. Hace 4 meses dejó este mundo –posteó Carola en su cuenta de Instagram el 13 de octubre de 2021–. El lunes llevamos sus cenizas al mar como ella quería; como parte de su legado, fue una hermosa celebración. Ahora además de estar en nuestros corazones, está en el viento, el cielo y el agua. Vuela con los pájaros y baila con los peces. A nosotros nos sigue alentando a ser felices y a disfrutar de la vida. Su amor es nuestro infinito festejo”.
–Ese ‘soltar’ del que tanto se habla ¿es un aprendizaje?
–Para mí fue todo un aprendizaje haber soltado a un hijo. En todo tipo de relación hay que entender que el otro es otro. Tu hijo, tu pareja, tus amigos son otros, vos sos otra. Y tu hijo, pensando en el libro, en la obra, uno quiere que esa persona sea feliz. Y ese ser feliz no siempre es al lado de una. Es un aprendizaje, un viaje con una misma, una forma de reencontrarse, de encontrarte con los otros, de hablar sobre el tema.
–Y lo hacés en un unipersonal, hablás todo el tiempo.
–[Ríe] Sí, es mi primer unipersonal. Esperé, siempre pensé que era muy arriesgado.
–Hoy hay varias propuestas en cartel, no sé si decir un “regreso”, pero hay una necesidad de contar de esta manera.
–Es cierto, cada vez hay más unipersonales y cuando leí la novela de Mori pensamos, que definitivamente esta era la manera hacerla y cuidamos cada detalle y elegimos los objetos que se ven en escena, lo que transmite cada uno.
«Estamos atravesando un momento muy difícil. Todos, algunos más que otros, pero el momento es muy difícil. Nos necesitamos unos a otros y lo digo desde el lugar más humanamente posible»
–Es muy interesante lo que ocurre con el público. Algunos se acercan porque leyeron el texto, otros porque saben de qué va esto de tener hijos en el exterior y algunos por el tan popularmente conocido síndrome del nido vacío.
–Las devoluciones son hermosas. No paro de recibir mensajes por Instagram, en la puerta del teatro. Es cierto, en muchos casos son personas que tienen hijos que viajaron, con situaciones de la vida inevitables, el ciclo de la vida… Es hablar de los vínculos, de las relaciones, cómo maternar en el más amplio de los sentidos. Japón es una metáfora, para Mori fue aquel país, pero para vos, para mí, para otros puede ser otro lugar o no, puede ser acá, en tu casa. Fue Norma Aleandro la que una vez me dijo, cuando estaba aterrada a salir a escena, que en el teatro hay una red, una convención, un encuentro, un juego. Todos aceptamos que vamos a ver algo, que vamos a ese lugar a que nos cuenten una historia, y en eso hay un acuerdo implícito con el público que es un gran compañero de escena.
–¿De qué estabas aterrada?
–Umm… de olvidarme la letra, de apurarme, de no entrar en el juego con los otros. Norma cree que en escena siempre ocurre algo, que el público sigue el cuento, yo los veo como si fueran adultos en pijama a punto de irse a dormir, bueno las funciones son tan tarde [bromea y hace referencia a las 22.15 en la que da inicio el viaje a Japón], es como si me dijeran “contame, contame”. Con Okãsan hay un contrato de llevar las emociones a otro nivel, con cierta intimidad… soy yo, sola en el escenario, contándote un cuento, hablando de un tema tan universal como la vida, el crecimiento, el cómo estamos en este mundo, dónde nos ponemos, cómo nos coloca la vida y cómo nos cambia de lugar todo el tiempo. El público está presente, lo sentís, ya sea con sus risas, con sus silencios…
–Con los celulares…
–El teatro es uno de los pocos espacios en el que se apaga el celular. Siempre aparece un mensaje por ahí, una alarma, pero el público le hace sentir al otro esa incomodidad, esa invasión; en cambio en el cine, vos los ves que están mandando mensajes… revisan el Instagram, lo tienen todo el tiempo encendido. En el teatro, es diferente. En un mundo tan de pantalla de por medio, porque estamos todo el tiempo conectados a una pantalla, el teatro es lo que necesitamos, esa avidez del contacto con el otro y los otros, con la avidez del dejarme contar, de escuchar, de dejar que me cuenten ese cuentito con algo de verdad. En la Argentina el teatro siempre ocupó un lugar de importancia, pero siento que en estos tiempos hay una revalorización del hecho teatral, mirá la cartelera. No solo te hablo de la calle Corrientes, también de las otras salas. Hay tantas propuestas, talentos, viajes… El teatro, desde ese lugar, con presupuesto, sin presupuesto, sin tanta cosa, con efectos, sin efectos te puede llevar a muchos mundos.
Carola es hija única. Nació en Luján, provincia de Buenos Aires el 15 de abril de 1962. Este año festejó su cumpleaños junto a Rafael. Desde muy chica estuvo relacionada con el medio, su mamá Yolanda Teresa Badini fue una empresaria cinematográfica y su papá, Eduardo Reyna, un productor televisivo. Cuando uno revisa las fotos que comparte en su cuenta de Instagram algunos de esos momentos de la infancia se develan: “La nena que mira soy yo a los 2 años –cuenta para dar contexto la imagen en la que se ve a una niña pequeña en un set–. Mi papá trabajaba en la televisión y me llevó de visita. Parece que me gustó. Acá estoy…”
Estudió teatro con Lito Cruz, Carlos Moreno, Augusto Fernandes, Juan Carlos Gené, Carlos Gandolfo pero no imaginaba que la actuación iba a ser lo suyo. En paralelo estudiaba publicidad, estaba haciendo una pasantía sin sueldo en una agencia y un aviso de la escuela de Pepe Cibrián le cambió la vida. Así fue que en 1982 se sumó al programa Todo es cuestión de empezar (Canal 13), fiel al estilo de Fama, la película y la serie. Dejó la publicidad, se fue a estudiar a Los Ángeles, y le pidió ayuda a su papá por primera vez. Y Carola, en el viejo ATC apareció como una de las chicas de la redacción en Mesa de noticias (1984).
Una foto en blanco y negro inmortaliza un encuentro inolvidable. Carola muestra la imagen. Allí está Jorge Luis Borges y una muy joven Carola muy cerca del escritor argentino. “Le regalamos creo que un sweater. Este fue el segundo encuentro”, aclara.
–¿Y el primero?
–En un Fitito. Yo manejaba por la avenida Maipú en Vicente López un Fiat 600 con Borges al lado. Imaginate.
Le confieso que no es fácil de imaginar, pero que la situación resulta más que curiosa. Carola ríe y contagia esa emoción de viajar en el tiempo para toparnos con un Borges arriba de un fitito. “Tenía 17, 18 años, recién había sacado el registro. Estaba haciendo un taller literario con Félix Della Paolera [”Grillo”, amigo de Borges] y me eligieron para pasarlo a buscar para un encuentro. Para mí fue una aventura, imaginate que era una nena. Cuando llegué él estaba listo. Lo ayudé a subir, se sentó a mi lado y yo manejé. Las dos manos bien fuertes tomadas al volante. La responsabilidad era enorme. Iba con el hombre más importante del mundo”.
–¿De qué hablaron?
–Estaba tan atenta a la ruta que el que más hablaba era él. Yo escuchaba fascinada y tomada al volante. Él hablaba, preguntaba. Metáforas, teorías sobre el azar en el Fitito.
–¿Quedó algún escrito de aquellos años en el taller?
–Un libro de poemas, una antología. Allí está mi firma.
–¿No seguís escribiendo?
–Cosas sueltas. Antes escribía mucho. Creo que siendo hija única la escritura me acompañaba. Era…
–¿Tu refugio?
–Podría decirse que sí. Como lo fue después el teatro. Era parte de una búqueda, un espacio de expresión. Después descubrí otro cauce…
Lo escribía todo. Sus emociones, sensaciones, apreciaciones. En el “lápiz y el papel” estaba su espacio contenedor de lo que sucedía alrededor, de los cambios. Ya a los 2 años hizo su primer viaje. Se fue a vivir a Caracas, Venezuela, luego a Madrid, de vuelta a Venezuela y de regreso a Buenos Aires. Padres separados, viajes con uno, con el otro. Se juntaron, se volvieron a separar. “Me adaptaba, lo hacía, pero también era una chica distinta al resto, era la que se movía de un lado para otro, la que viajaba. Esa era mi realidad. Nunca me sentí un bicho raro, pero en la escritura, en la música, en el teatro estaba ese lugar que contenía”.
Y el tiempo hizo que se entregara por completo a la actuación. En la mítica La Capilla de la calle Suipacha debutó con un monólogo, un desnudo. Una sensación que recuerda como de caída libre. “Flotar”, describió ese instante en distintas entrevistas. Una sensación que no cambió con el tiempo.
En el Teatro San Martín, dirigida por Augusto Fernandes, en los años 80, hizo su debut “formal” como parte del elenco de La gaviota, de Antón Chéjov. “Tuve la fortuna, soy una agradecida de haber trabajado con gente que respeto y admiro”. En el recuerdo aparece China Zorrilla, una mujer tan importante en su vida con la que compartió escena en Fin de semana, de Noel Coward con Lautaro Murúa; Las de Barranco, de Gregorio de Laferrère y Salven al cómico, ambas dirigidas por China Zorrilla. Por esta última obra, del autor argentino Marcelo Ramos, en 1992, Carola ganó su primer Premio ACE. “¿Qué diría China de estos días?”, deja escapar el suspiro.
–¿Qué diría?
–[Silencio] No lo sé. Tenía un sentido de decir las cosas…
–¿Y vos, qué decís?
–Estamos atravesando un momento muy difícil. Todos, algunos más que otros, pero el momento es muy difícil. Nos necesitamos unos a otros y lo digo desde el lugar más humanamente posible. Obviamente hay cosas que revisar y no se trata de estar de un lado. Si hay cosas que están mal hay que corregirlas. Nadie dice que no. Pero lo que está pasando es demasiado [“demasiado” es la palabra que repitió en la mesa de Mirtha Legrand la semana pasada y la que representa para ella este momento de la realidad del país]. Trátame bien, cuidame, nadie se merece lo que estamos atravesando. “Trátame suavemente “, diría Cerati. Cuando vos vas al médico y estás enfermo, esperás que le médico te trate bien para poder salir adelante. Yo digo trátame con amor y no se trata de una posición zen, sino de una mirada humana, de mirar al otro y reconocer al otro. Amor y no tanto odio, tanto ataque. Tanto odio… odio a la cultura, a la ciencia. Somos habitantes de este país… más amor.
La vida con Boy
Como en Okãsan, Carola dice “¿qué me va a frenar ahora?” y con Boy Olmi, su pareja desde 1994, se subieron a una motorhome a disfrutar de Mendoza. “Siempre me gustó esa idea de subirme a una casa rodante y recorrer el mundo. Por lo pronto lo que quiero ahora es que se seque la casa. Volver a vivir acá o pensar en mudarme. Son muchas sensaciones juntas. En estos días estuve desarmando la casa de mamá… Son cierres, comienzos. Los hijos que se van, las casas que fueron, las que vienen”.
La pareja que forma con Boy Olmi es una de las más conocidas en el ámbito del espectáculo. Una dice Carola e inevitablemente se la relaciona con Boy. Lo mismo ocurre con Olmi. Inseparables. Pero como ella bien aclara, “toda pareja tiene sus altibajos, sus momentos”, dice para bajar esa imagen “idealizada” que muchas veces colocan de ellos sobre un pedestal.
Varias veces se cruzaron en la puerta del Teatro Astral. Ella lo recuerda tomando un helado y… ese color “cielo” de sus ojos. Coincidieron en la novela Apasionada, por Canal 13 (1992) y el “flechazo fue inmediato”. En 1994, se fueron a vivir juntos. En ese entonces, ella ya tenía Rafa, Boy a Carlos, solo un poco más chico. Los cuatro comparten la vida misma.
Hace muy poco, la pareja volvió a trabajar junta, luego de La niñera [2004, la versión argentina de la clásica sitcom] y unos streaming que hicieron desde la cocina de la casa en plena pandemia. La serie en cuestión: Familia de diván [disponible en Flow]. “La pasamos muy bien. Nos gusta trabajar juntos. Nos proponen muchas para hacer juntos, intentamos hacer caminos diferentes, pero aquí conocíamos al director, nos gustaba el proyecto, el equipo”.
Con la energía puesta en Okãsan, Carola anticipa que en mayo finalmente estrenará Las Corredoras, la película de Néstor Montalbano. “Acá tengo la valija, vamos con Diego Capusotto al Festival Cine de las Alturas [que se desarrolló hasta el sábado pasado en Jujuy]. es una comedia de intrigas. Fue increíble trabajar con Diego. Y con Alejandra [se refiere a Flechner] pero con Diego nunca había trabajado y me sorprendió.
A mediados de año, volverá a la calle Corrientes para estrenar en el Metropolitan. Allí volverá a trabajar con Paola Krum, luego del éxito televisivo El primero de nosotros. “Con Juan Leyrado y Rafa Ferro –cuenta entusiasmada–. Una terapia integral, me persiguen las ‘terapias’ –bromea y no es para menos ya que protagonizó Familia de diván y formó parte de Terapia alternativa–. Es una comedia española, muy divertida. La vamos a pasar bien”.
Vuelve a reír y los anteojos se descolocan una vez más.