viernes, 19 diciembre, 2025
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Cronología: así fueron las jornadas revolucionarias del 19 y 20 de diciembre de 2001

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Antecedentes: el caldo de cultivo

La rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 no fue un rayo en cielo sereno. Fue la expresión más aguda de una crisis social, política y económica que venía gestándose durante años. El modelo neoliberal implementado en los ‘90, bajo la tutela del FMI y los gobiernos de Menem y luego De la Rúa, dejó un tendal de desocupados, pobreza creciente, precarización laboral y un país endeudado hasta la médula. La continuidad de las políticas de ajuste, la corrupción y la represión estatal fueron minando la paciencia popular. La clase obrera y el pueblo respondieron con siete paros nacionales, mientras los desocupados se organizaban en movimientos militantes que lograron arrancar planes sociales al gobierno. La catástrofe económica se profundizaba día a día y miles se hundían en la pobreza. El escándalo de las coimas en el Congreso para imponer la reforma laboral antiobrera (“ley Banelco”) terminó de desnudar la podredumbre del régimen político

El detonante inmediato fue la confiscación de los depósitos de millones de ahorristas de clase media (“el corralito”), una medida desesperada para salvar a los bancos, que terminó de romper la confianza en el gobierno y las instituciones. A esto se sumaron los saqueos a supermercados en casi todas las provincias, una respuesta desesperada de los sectores más empobrecidos ante el hambre y la exclusión.

Las jornadas del 19 y 20: el pueblo en la calle

El 19 de diciembre por la noche, la bronca acumulada estalló. Miles de personas, principalmente de sectores medios empobrecidos, trabajadores, desocupados y jóvenes, salieron a las calles de la Capital Federal y de todo el país. Sonaron las cacerolas, se cortaron calles y rutas, se organizaron piquetes y se produjeron saqueos. El grito de “que se vayan todos” sintetizó el repudio generalizado al régimen político y a la clase dirigente, evidenciando la podredumbre de un sistema que se desmoronaba. Fue la respuesta directa al estado de sitio decretado por De la Rúa, que lejos de amedrentar, desató una rebelión popular.

El 20 de diciembre, la Plaza de Mayo y las principales ciudades del país fueron escenario de una verdadera insubordinación generalizada de todas las clases explotadas y oprimidas. Decenas de miles se movilizaron frente al Congreso, la Casa Rosada, la residencia de Olivos y hasta la casa particular de Cavallo. La represión fue brutal: gases, balas de goma y plomo, muertos y cientos de heridos. Pero la respuesta popular no se detuvo. Por la tarde, De la Rúa renunció y huyó en helicóptero, mientras la policía seguía reprimiendo. En una semana, pasaron cinco presidentes, reflejando la crisis de poder y la incapacidad del régimen para dar una salida estable.

El rol de la clase obrera y las direcciones

Un aspecto central de aquellas jornadas fue la confluencia de métodos de lucha: los piquetes, impulsados por el movimiento de desocupados, y los cacerolazos, protagonizados por las clases medias. Sin embargo, la ausencia de una intervención organizada de la clase obrera como sujeto central, con sus métodos históricos como la huelga general, fue una de las debilidades que permitió el desvío del proceso. La burocracia sindical y los partidos tradicionales canalizaron el descontento hacia una salida institucional, evitando una transformación de fondo. La consigna de “que se vayan todos” expresaba el hartazgo, pero no se tradujo en una alternativa política propia de la clase trabajadora.

El desvío institucional y la contención del kirchnerismo

Tras la caída de De la Rúa, la burguesía y sus representantes buscaron rápidamente encauzar la crisis. La asunción de Duhalde, en medio de la depresión económica y la irrupción de masas, tuvo como principal objetivo desmontar la movilización popular y canalizar el descontento dentro de los márgenes del régimen. Para ello, contaron con la colaboración de la burocracia sindical, que impidió la entrada en escena de los trabajadores con sus organizaciones y sus métodos de lucha. Así, el proceso iniciado al grito de “que se vayan todos” fue desviado hacia una salida institucional que no tocó las bases estructurales del modelo neoliberal.

El kirchnerismo, que surgió como respuesta a esa crisis, se encargó de contener e institucionalizar la movilización, pero sin romper con la estructura económica neoliberal que había generado el desastre. Se expandió la intervención del Estado y se promovieron algunos derechos civiles, pero no se modificaron las condiciones estructurales que habían llevado al estallido. Por eso, muchos de los problemas de fondo siguen vigentes hasta hoy: precarización laboral, pobreza estructural, endeudamiento y dependencia del FMI[28].

Conclusiones y lecciones para el presente

Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 marcaron un antes y un después en la historia argentina. Demostraron la fuerza de la movilización popular y la capacidad de los sectores oprimidos para poner en jaque a un gobierno y a todo un régimen. Sin embargo, también dejaron lecciones sobre los límites de los procesos espontáneos y la necesidad de una intervención consciente y organizada de la clase trabajadora.

La falta de una dirección revolucionaria y la ausencia de la clase obrera organizada como sujeto central impidieron que la rebelión se transformara en una verdadera revolución social. El desvío institucional y la contención por parte de la burocracia sindical y los partidos tradicionales permitieron restaurar el poder del Estado, pero sobre bases defectuosas y frágiles. El orden que se repuso después del 2001 fue, en palabras de Carlos Pagni, “un orden demasiado defectuoso”, que dejó demasiadas zonas descubiertas y una paz siempre amenazada.

Hoy, a más de dos décadas de aquellos días, muchas de las demandas y problemas que originaron el estallido siguen vigentes. El avance de la precarización, la informalidad laboral, el ajuste permanente y la represión estatal muestran que la lucha por una salida de fondo, obrera y popular, sigue siendo una tarea pendiente. La experiencia del 2001 enseña que la movilización en las calles es fundamental, pero que sólo la organización independiente de la clase trabajadora, con sus propios métodos y una estrategia revolucionaria, puede abrir el camino a una transformación real y profunda de la sociedad.

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