sábado, 12 julio, 2025
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Mario Mactas: La Argentina ha fracasado como construcción colectiva

Relajado, dueño absoluto de su tiempo y de sus palabras, Mario Mactas recorre algunos reveladores detalles de su pensamiento y de su apasionante vida frente a LA NACION junto a una taza de té en el living de su departamento de San Telmo. El lugar en el que vive con Leonor Bedel, la mujer que comparte sus horas desde hace tres décadas (“es muy mona y extraordinariamente inteligente”, según la describe Mario), parece diseñado a imagen y semejanza de su protagonista. Las paredes y los muros tienen sus años, pero lucen mucho más clásicos que antiguos. Está lleno de rincones, pasillos, escaleras y recovecos que suelen terminar en espacios completamente inesperados. No sería posible encontrarlos sin alguna guía. También están llenos de historia y austera distinción.

Solo Mactas puede descifrar la hoja de ruta de ese pequeño laberinto y evitar que el visitante se pierda. Eso sí, el que llegue hasta allí se encontrará solo con algunos fragmentos, seguramente los más importantes, de la vida de su anfitrión. El hombre no conserva casi ningún testimonio de su pasado, ni siquiera fotos de cuando era chico. Tampoco se interesó por guardar archivos de su fecunda vida intelectual, hecha de décadas de participaciones estelares en revistas, libros, programas de radio y de televisión. Dice, por ejemplo, en el caso de una de sus novelas, que para hacerse de un ejemplar no le quedará más remedio que comprarlo por Mercado Libre.

Pero no se preocupa por esa falta. Compensa la austeridad casi ascética de sus papeles con todo lo que guarda en su memoria fotográfica. Y desde ese registro detallado de cada hecho de su vida que el paso del tiempo no redujo en lo más mínimo (Mactas cumplirá 80 años el próximo 13 de agosto) surgió Un tal Mario, el largometraje documental que le dedican sus herederas de sangre y que está por revelarse al público. El suyo es un apellido que fácilmente reconocen e identifican varias generaciones. Los más grandes recuerdan los tiempos de Satiricón o su larguísima alianza con Rolando Hanglin, de la que surgió (ante todo como un juego) esa cumbre de la comedia radiofónica llamada El gato y el zorro. Otros, en cambio, lo asocian con sus glosas irónicas y filosas sobre la actualidad de cada mediodía en la pantalla de TN: El toque Mactas.

Mario Mactas, en primera personaHernan Zenteno – La Nacion

Este sábado 20 a las 19.15 hs. en el complejo Cinépolis Houssay, dentro de la programación del Bafici 2024, se verá por primera vez este trabajo testimonial dirigido por Mariana Mactas, la hija mayor de Mario, fruto de la unión entre el periodista y escritor y Helena Villagra. Mactas eligió para sus hijos nombres que siempre empiezan con la misma letra: después de Mariana llegaron Magdalena (autora junto con Mariana del guion de documental), Maia y Miguel. Un tal Mario volverá a proyectarse el sábado 27, a las 16.30, en el complejo Cinearte Cacodelphia. “Todo esto surgió de una idea de Mariana, un ser extraordinario, de una sensibilidad y una cultura que me dobla por lejos. Ella es una lectora notable que tiene además el tesoro de una inmensa alegría. Lo hizo muy bien. Yo, simplemente, me plegué a sus instrucciones”, cuenta Mactas.

-¿Alguna vez imaginaste que serías el protagonista de una película?

-Jamás. Ni en sueños. Me preguntó si estaba dispuesto, le dije que sí y empecé esta tarea preguntándome por qué merezco un documental. No encontré hasta ahora ninguna razón abrumadora, indiscutible. A lo mejor es una cuestión afectiva. Algo debe pasar conmigo al cabo de los tiempos. Algo interesante debe surgir, algo qué decir. Por alguna razón al agua la bendicen.

-Lo primero que va a despertar la atención es la crónica de tu vida en los años 70. Cuando te detuvieron, pasaste algunos días en cautiverio y cuando te liberaron tuviste que irte a España de un día para el otro.

-Todo el mundo sabe que tener que irse es algo que está muy narrado. No quiero ser jactancioso, pero nunca me sentí un exiliado. Me tocaron los tiempos de Satiricón, tuve que tomar albergue primero en un par de lugares y me indicaron que me fuera. Al volver a la Argentina después de 11 años en España advertí que al regresar, en ese momento, empezaba para mí el verdadero exilio.

-Lo decís explícitamente en el documental.

Para mí el exilio fue volver. Y algunas personas, como David Obarrio, en la magnífica reseña que hizo para el festival de cine, lo advirtieron. Yo tenía que readaptarme. Había pasado 11 años en España sin haber vuelto ni una sola vez. Allí no me conocía nadie, llegué con mi valijita y mis recortes. Faltaban un año o dos para Internet.

-¿En qué año volviste? ¿Y por qué decidiste hacerlo?

-En 1988. Me localizó Beatriz Guido en Sitges, un pueblo de mar cerca de Barcelona donde vivía. Era en ese momento era la agregada cultural de la embajada argentina. Me dijo que tenía que volver, que Alfonsín me estaba esperando. Yo le respondí que no estaba enterado y que no se me había perdido nada en España. Me había sobreadaptado a ese país. A mí me hicieron desaparecer el mismo día y a la misma hora en que tenía que ir a Ezeiza a buscar a Mariana porque su madre la había enviado a vivir conmigo. Y no pude hacerlo.

Mactas en su departamento de San Telmo, a horas del estreno del retrato documental sobre su vida en el BaficiHernan Zenteno – La Nacion

-Fue una experiencia terrible.

-Una situación extremadamente traumática que fue recompensada en España. Allí me sentí muy bien, muy cómodo. Fue a la vez un castigo y un regalo, porque siempre en estos casos hay dolores y miedos de por medio. Fui a buscar trabajo a presentar cosas justo en el momento de la transición democrática. Fines de 1977, habían pasado tres años de la muerte de Franco.

-En España llegaste a dirigir una revista literaria. Estabas muy consolidado en la satisfacción del ejercicio de tu profesión.

-La flecha siempre va hacia adelante. No podía volver a los territorios de la nostalgia. José Luis de Vilallonga, aristócrata, actor y franquista en su tiempo, luego afiliado al socialismo, diputado y protagonista de esa época escribió unas memorias tituladas La nostalgia es un error.

-Una idea que defendés en el documental.

-Yo creo seriamente en eso. Ojo, no pretendo proscribir ni la nostalgia ni la melancolía. Sería algo horrible, además de imposible. Pero, como recomendación de supervivencia eficaz, creo que empantanarse en la nostalgia sería un error gravísimo.

-¿Podría decirse que este documental es un primer acercamiento a las memorias que todavía no escribiste? Para dejar impreso en letras de molde, imágenes en este caso, quién sos vos.

-He pensado alguna vez en escribir mis memorias y tratar de no describirlas como un lugar envenenado de la Tierra. E incluir en ellas la terrible decepción y el engaño que veo en un país donde a los niños les enseñan que el Sargento Cabral dijo “muero contento, hemos batido al enemigo” y todo tipo de historias e inventos de glorias pasadas. Lo que veo es una mediocridad rampante y una ordinariez brutal. Y también la imposibilidad de la unión. Yo quiero mucho a este país, pero también tengo otras patrias.

Con Rolando Hanglin en tiempos del brillante «El gato y el zorro»

-Es una visión pesimista de la Argentina la tuya.

-Tengo que reconocer su fracaso extraordinario. No se trata de Macri o del espantoso período del kirchnerismo, esa especie de nacionalismo de poca monta, sino de una construcción colectiva. La Argentina ha fracasado históricamente como construcción colectiva. No ha podido construir un país. Es más que otra cosa, un lugar.

Al borde del sacrificio

-Con la llegada a la presidencia de Javier Milei empezó otra etapa. ¿Qué opinión te merece?

-Vemos el empuje de Milei por subrayar uno de sus ejes casi obsesivos, que pertenecemos a Occidente. Eso efectivamente es así, además del déficit fiscal que debe alcanzarse y la lucha por bajar la inflación. Ahora hay muchas expectativas. Las personas están dispuestas a hacer un gran esfuerzo, al borde del sacrifico, para ver si podemos todo en orden de una buena vez. Aunque cueste mucho. Y también está la situación de un mundo que tiende cada vez más a convertirse en lo que Oriana Fallaci describió en El orgullo y la rabia. Le dijeron de todo, racista, xenófoba, desde todas las corrientes bienpensantes y políticamente correctas. Ella ya se había dado cuenta de que Europa se había convertido en Eurabia.

-Cuando Fallaci visitó Buenos Aires en la década del 80 y habló por televisión del enano fascista que desde su visión formaba parte del ser argentino, sus dichos fueron recibidos con un gran revuelo.

-Que existe… Aquí hay una tentación de nacionalismo fácil que es tremenda. Basta con citar el hecho de Malvinas. Las muchedumbres que vivaban a Galtieri y marchaban entusiasmadas a la guerra cuando previamente se habían robado todo lo que se donaba para el frente. Lamentablemente en nuestro país se ha normalizado la corrupción. No se juzga a lo malo. Las ventajas obtenidas de la política ocurren en todo el mundo, pero aquí eso pasa de manera descarada.

-Tu pensamiento está en las antípodas de lo que llamamos progresismo.

Estoy lejos de la corrección política. Me produce una enorme repugnancia. Hoy la izquierda es reaccionaria por el relativismo cultural. Aplauden el uso obligatorio del chador, la ablación genital femenina, el casamiento en Afganistán de un tipo de 70 con una niña de 10 disfrazada de muñequita. Directamente la venden a ese señor. Y no dicen absolutamente nada al respecto. Cada vez que la izquierda prospera se convierte en dictadura.

-Quienes te amenazaron, te tuvieron varios días en un centro clandestino de detención y forzaron tu salida del país curiosamente te acusaban de izquierdista.

-Yo venía manifestando mi postura desde los tiempos de Satiricón cuando escribíamos allí la serie “Contra toda forma de opresión”. Pero las cosas van cambiando. Cuando mataron al Che Guevara la noticia me entristeció. Hoy no quiero decir cosas brutales, pero el Che me parece un hombre muy fotogénico.

Mario Mactas, en una imagen del documental que dirigió su hija mayor, Mariana

-Hay cansancio, agobio y decepción en tu mirada sobre la sociedad argentina.

-En uno de sus infinitos poemas, Fernando Pessoa se pregunta por qué lo llaman poeta. “Yo no soy un poeta, veo”, responde. Esa mirada poética equivale a ver las cosas de una manera más transparente. El grado de mediocridad de las mentes se ha profundizado de una manera extraordinaria. Es imposible que alguien se levante hoy de su banca en el Congreso para decir algo magnífico. O se indigne. O repruebe algo. Está todo muy quieto, muy chato, hay una gran ignorancia. Sumémosle a eso la tremenda pobreza y el regreso del analfabetismo al primer país de la América española que llegó a erradicarlo. Estamos en un tobogán.

-¿Alguna vez pensaste en volver a España?

-En los primeros dos o tres años del kirchnerismo quería colgarme de alguien para poder hacerlo. No quería más seguir acá. Basta con recorrer la historia de nuestro país. La muerte de Laprida, por ejemplo, figura de nuestra independencia. No sabemos si Aldao, el caudillo mendocino, lo mandó degollar o lo metieron en un pozo con la cabeza afuera para que una tropilla suelta lo aplastara. Pero el nuestro también es un país que produce placer, belleza, emoción por momentos. Es nuestra tierra. Ahora, suponer que porque uno ha nacido aquí, lo mismo que nuestros padres y abuelos, estamos en el mejor lugar de la tierra es algo completamente grotesco. No tiene sentido.

-En el documental contás que no tenés archivos propios ni fotos de tu infancia. Y nunca quisiste volver a los lugares en los que estuviste.

Es así. No me gusta releerme o verme. Es una sensación incómoda que a muchas personas les debe pasar. Mi mujer me regaló un día pasajes para ir a Barcelona. Y me dijo: “Volvé a tu paraíso perdido”. Fui. Y me fue mal. Barcelona es una ciudad preciosa, invulnerable en ese sentido. Pero la gente era otra. Casi no había catalanes, que habían huido a los preciosos pueblos de las cercanías. Y ahora resulta que trabajan el triple, son mucho más serios. Han perdido, afortunadamente no del todo, el altísimo valor del ocio que siempre hubo en España. No estar preocupado por lo que pasará al día siguiente fue algo que me enamoró. Ya no hay ocio. Eso se terminó. Ahora hay una preocupación suprema por el miedo al futuro.

-Hablando de eso, ¿a qué le tenés miedo?

-Sobre todo a que no estén bien mis descendientes. Con respecto a mí, no le temo a nada. No tengo razones para hacerlo. Yo estoy tranquilo. Todos tenemos momentos de angustia, zozobras, bajones, pero nada de eso es temor. Es un poco horrible decirlo, pero he sido una persona bastante valiente. Nunca le he pedido a nadie por mi vida ni por nada, ni siquiera en los momentos más extremos.

-Debe ser muy fuerte en tu caso recordar al detalle cada uno de esos episodios. Hablás en el documental de tu memoria. Decís que podés recordar todo.

-La llaman memoria eidética. No diría que es una enfermedad, tampoco una condición. Más bien es una irregularidad. Pero no soy como Irineo Funes, el memorioso del cuento de Borges, un individuo que existió de verdad. Era un criollo del Uruguay, autista, no se podía comunicar con los demás. Yo tengo este don o esta carga, no lo sé. Es mejor tener buena memoria que no tenerla.

La filosa mirada de Mactas apunta también contra la corrección políticaHernan Zenteno – La Nacion

-Sos un gran lector. ¿Qué autores disfrutás más o seguís con mayor atención?

-Desde chico he leído mucho a Jorge Amado y lo adoré. Sigo valorándolo. Lo mismo me pasa con Cormac McCarthy, un escritor que te hace temblar. No puedo dejar de lado a Faulkner, a José Hernández, a Emily Dickinson. Recuerdo muchos versos de Neruda, que en cierto tiempo me fascinaba. Parte de su obra poética está muy preñada por Whitman, que es mi poeta preferido, pero como persona Neruda me parece repelente. No lo puedo soportar. Visité varias veces su casa, con sus catalejos y sus colecciones de botellas. Una pesadilla. Lo único bueno era el pequeño restaurante de al lado donde se comía brutalmente bien, como suele ocurrir en Chile.

-El documental entero parece una larga excusa para justificar tu regreso a Carlos Casares, donde están tus raíces.

-Es un lugar que quiero mucho, aunque no tenía ganas de volver. Hacía unos 15 años que no iba. Viajamos con Mariana en un micro que paró en todos lados. No nací allí, mis padres sí. Mis abuelos llegaron como inmigrantes con el plan de colonización del barón de Hirsch. Los Alpersohn y los Macta fueron inmigrantes con cierto grado de intelectualidad y pleno conocimiento de sus tradiciones y sus orígenes, pero eran más seculares que religiosos. Yo nunca fui a una sinagoga.

-Ese reencuentro con tus raíces va de la mano con la defensa férrea de Israel que venís haciendo con tu firma en redes sociales y pronunciamientos públicos.

Lo que pasa es que la izquierda, también en la Argentina, ha hecho una metamorfosis que la llevó al antisemitismo. Un fenómeno que no es raro, porque lo mismo le pasó a Marx. Mi postura se apoya en dos clásicos poemas de Borges, Israel y A Israel. El factor judío en la historia tiene que ver enorme e imprescindiblemente con nuestra cultura. Es Occidente. Recuerdo que mis padres tenían vecinos árabes y entre ellos eran amiguísimos. En el Once había una convivencia y una cordialidad absolutas. En un punto eso se rompió.

-Hablando de tu vida en el campo, quienes te conocen saben de tu amor por los caballos. Muchos te conocieron como amansador de caballos.

-Dejé de serlo hace un tiempo, ya no me dan los huesos. Pero igual sigo yendo al campo y admirándolos. Aquí en la Argentina se desarrolló la doma a rebencazos porque existía la necesidad de hacerse de caballos. En otros tiempos he corrido muchas carreras cuadreras. Yo era amansador de caballos “de abajo”. Lo que hacía era sacarles el miedo. Los caballos nos temen, para ellos nosotros, los humanos, somos predadores, y como nos ven en 360 grados, con ese ojo de pez que tienen, hay que tener mucha confianza en alguien que se acerca desde atrás y pone una mano en sus ancas para calmarlos.

-¿Extrañás o añorás algo del pasado?

-Me mantengo firme con los libros. Y el sexo no se extingue, pero en un momento ingresa en una especie de ocaso y uno debe cuidarse de no hacer el ridículo. He tenido mucha vecindad con la mujer, siempre a mi manera. Nunca he cortejado, no me gustan los noviazgos.

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