El fútbol argentino, cual Harvey Dent, históricamente ha mostrado dos expresiones de sí mismo: por un lado, su selección nacional y, por otro, sus clubes. Más allá de ser sostenidas por un mismo corpus de jugadores, esas dos caras mutaron drásticamente en el transcurso del siglo XXI.
En las dos primeras décadas, la selección era solo amargura. Los títulos no se le daban y las críticas arreciaban, mientras en simultáneo los equipos argentinos salían campeones de la Libertadores y, en algunos casos, también del mundo. Se discutía mucho sobre la conformación de una selección de locales versus los “exiliados europeos”.
“¡Basta, no me engrupen más! No están a la altura de las circunstancias. Les hemos permitido todo. ¿Pero quiénes son? ¿A quién le ganaron?”, fue la frase icónica de Fernando Niembro en la hora más triste de la derrota por la Copa América, que cualquiera que pinte un par de canas recordará perfectamente. Ese razonamiento estaba justificado en la competitividad de un fútbol argentino protagonista.
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Podría decir que lo sentí en carne propia porque, en aquel momento, para que te dieran la oportunidad de jugar en Primera, vaya si tenías que remarla. A mí me costó, al punto que tuve que bajar a jugar al ascenso para poder asentarme y cuando volví a Primera enfrentaba a Boca y tenía que marcar en el área al Patón Bermúdez (capitán de la selección Colombia) y a Samuel (Argentina). Algo similar me pasaba si enfrentabas a River con Celso Ayala (Paraguay) y Yepes (Colombia). Te sentías jugando en una elite privilegiada y enfrentando figuras estelares.
Por ese entonces, el fiel exponente del fútbol argentino eran sus clubes, mientras que la selección era un rejunte de celebridades adineradas y europeizadas que no le ganaban a nadie. Increíblemente, como si la pandemia hubiese sido “De Revolutionibus Orbium Coelestium” en un salto copernicano de pocos años, los clubes dejaron del ser el centro eje y ahora el éxito o el fracaso del fútbol argentino gira alrededor de la selección.
La decepcionante labor de River y Boca en el Mundial de clubes fue el disparador para un nuevo tole tole entre el gobierno nacional y los dirigentes de fútbol argentino. Unos dicen que el fútbol argentino es un fiasco y los otros que somos campeones de todo lo que jugamos.
Es inocultable que el campeonato local se deteriora progresivamente entre la masividad de equipos, la falta de competitividad de sus planteles y la migración precoz del talento joven. Ese deterioro impacta diferente según el punto de vista: para algunos que el torneo sea de bajo nivel es un daño colateral soportable, porque lo importante es que haya muchos protagonistas, más allá del pobre nivel; para otros es la excusa para poder emigrar lo más rápido posible, para arrancar su carrera con mejor remuneración en otro lado.
Seguramente los más perjudicados son los hinchas de los clubes de Primera porque cada vez es más difícil no sentir que a comienzos de siglo ir a la cancha era una ceremonia colectiva, con estadios repletos con público local y visitante, con horarios lógicos y jugadores con nombres propios que eran fácilmente identificables. Hoy, es muy difícil no comparar las diferencias de juego entre un partido de Premier League y uno de la liga local, sumado a que el hincha se enfrenta a grillas móviles, con horarios ilógicos de días laborables a las cuatro de la tarde, formatos inentendibles y la ausencia de visitantes. Hoy, el fútbol argentino ofrece más partidos, con su torneo de treinta equipos, pero menos espectáculo.
El fútbol argentino necesita una mirada realista y sistémica. Lo que muestra la Scaloneta es el reflejo de lo hecho hace más de una década. La pregunta no es si ganamos hoy, la discusión es si lo que estamos haciendo ahora nos habilita a soñar con ganar en diez años y la respuesta es no. Tal vez podremos seguir produciendo algún crack, pero cada vez se irán más rápido y la selección argentina será integrada por los hijos de argentinos que se desarrollaron jugando sus divisiones inferiores en Europa.
Claramente, lo que ha pasado con la selección argentina y el fútbol local en el siglo XXI es una paradoja tan evidente como incómoda.