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Mediados de los 90 en Punta del Este. Apenas se apagaban los festejos de fin de año, el runrún se hacía cada vez más intenso: todos querían saber quién sería parte del selecto grupo de los 654 invitados a La noche de los sueños. O quizás, uno de los 309 afortunados jóvenes que, vestidos de blanco, ingresarían a la mansión La Pinduca después de la medianoche para sumarse a la celebración. Unas cifras arbitrarias que nadie, ni siquiera el propio anfitrión del festejo, el empresario brasileño Gilberto Scarpa, podía explicar.
Nacido en una familia humilde y huérfano de madre a los ocho, Gilberto Bálsamo Scarpa se hizo “de abajo” vendiendo joyas y escalando posiciones en la fábrica de cerveza de su tío para luego pasarse a la competencia. Allí, logró convertirse en un gigante con 5000 empleados y 15 empresas, principales proveedoras de botellas de plástico para las grandes marcas de bebidas gaseosas.
Para la década del 90, el nombre del magnate ya era marca registrada en la costa esteña. Tiempo atrás, los brasileños habían llegado en masa a Punta del Este (“Punta de Janeiro”, llegaron a bautizarlo), enamorados del glam rioplatense y de las ruletas y mesas del casino, prohibidas en Brasil. Armaron un exclusivo barrio residencial en una zona detrás del golf que se conoció como Beverly Hills (por el tamaño y lujo de sus mansiones) y también, de la mano de Scarpa, se adueñaron de las celebraciones poniendo a Punta del Este en el ojo del jet set internacional. Y aunque las fiestas de Gilberto solo fueron tres, bastaron para quedar grabadas como las más glamorosas y resonantes del balneario esteño.
Comenzaron en 1994, con la temática de Las mil y una noches. La segunda, al año siguiente, evocaba la atmósfera de Hawái, y la última, bautizada La noche de los sueños, se realizó el 4 de enero del verano del 96 y pasó a formar parte de la mitología de las celebraciones cuando Scarpa “tiró la casa por la ventana” en un palacio de cristal montado en su propio jardín. Para entonces, el mundo ya lo conocía como el rey de las fiestas del verano.
Pero eso de “la alegría brasilera” duró solo un rato. Acusaciones por malversación y evasión fiscal, juicios, divorcio, la venta de la casa, la pérdida de su hijo y el intento recurrente de Scarpa de contar la historia de aquella noche soñada en modo de serie fueron algunos ecos de aquella icónica celebración.
Hoy, a casi 30 años de “la fiesta inolvidable”, Gilberto Scarpa (86) vive en el recuerdo de la figura que supo ser. Con su vozarrón, su risa fuerte y esa manía de hablar de sí mismo en tercera persona, asegura que su serie, Don Scarpa, está lista para empezar a filmarse, luego de más de una década de idas y vueltas. Y eso lo entusiasma. “Scarpa quiere contar, quiere dejar huella”, dice, y ofrece comprar su libro (La otra cara de las fiestas) por e-book en Amazon.
También confiesa que se alegra cuando lo reconocen o cuando oficia de anfitrión invitado en la que fue su casa, La Pinduca, convocado por su actual dueño para amenizar los festejos de La noche de la nostalgia.
–Brasil tiene unas playas maravillosas, pero usted eligió Punta del Este para veranear, y finalmente, hacer sus fiestas. ¿Cómo llegó a ese lugar?
–Gracias a mi primo, Nicolau Scarpa, y a su esposa argentina, Alicia. Ellos tenían una casa en el barrio Parque del Golf y fueron los que me animaron a conocer la zona. En 1985 fui a Punta del Este por primera vez y me encantó. Me hospedé con familiares y amigos en el hotel de San Rafael porque me gustaba el casino. Iba también al casino Nogaró, me gustaba mucho. Después de alquilar distintas propiedades en los veranos siguientes, compré La Pinduca, tenía una casita y una manzana completa. Yo lo convertí en un chalet de 1500 metros cuadrados con 12 suites y una pileta semiolímpica ubicada en los jardines del prestigioso barrio de Beverly Hills. También me empezó a gustar el glamour de Punta del Este, con el querido Roberto Giordano, que armaba esos desfiles espectaculares con chicas bonitas donde todo el mundo quería estar. Pero entonces yo miraba las fiestas de los argentinos y la verdad es que no daban en la tecla, siempre eran lo mismo: armaban una carpa pequeña, hacían una comida típica, la música de un DJ y solo eso. Me parecían todas iguales, todas aburridas. Entonces mi mujer me dijo: “Hagamos una fiesta a nuestra manera, que vean cómo se hace una verdadera fiesta”. Y así las fiestas de Scarpa fueron una marca registrada en Uruguay, “la fiesta inolvidable”.
–¿Por qué quería hacer tantas fiestas en Punta del Este? ¿Qué buscaba?
–Yo estaba casado con una mujer con la que tuve tres hijos, y en un viaje a París conocí a Enriqueta, que fue mi segunda esposa. En aquella época no había divorcio en Brasil, así que ella siempre lloraba y me decía: “Yo me quiero casar con usted, me quiero casar de blanco, ya tenemos hijos juntos”. Entonces le hice una promesa: que cuando cumpliésemos 20 años juntos, yo iba a hacer una fiesta muy grande donde ella iba a estar de blanco y llena de joyas, como si fuera un casamiento. Llegaron los 20 años, ¡y tuve que cumplir!
–¡Un casamiento carísimo!
–¡Carísimo! [risas]. Imaginate que el vestido lo hizo Gino Bogani y me costó 35 mil dólares. Y las joyas… ¡un millón! Ese collar y los pendientes de esmeraldas y brillantes que le compré a Ada de Maurier. Pero te voy a confesar que también había otro motivo. Yo tenía dos fábricas de botellas de plástico para gaseosas y en ese momento estaba en tratativas con una empresa de Brasil que me iba a invertir 150 millones de dólares para hacer seis plantas más. Pero también necesitaba un 20% de aporte de algún banco europeo. Así que la condesa Pety Blunt, que era la dueña de tres palacios en Roma, había quedado en organizarme comidas con banqueros para hacer negocios. Hacer esa fiesta fue una forma de mostrarles mi poderío, de hacer contactos.
–Cuénteme de las cifras, de las que tanto se habló.
–Se dijo que la fiesta costó dos millones de dolares, ¡pero costó cuatro! La carpa transparente de 1900 metros cuadrados, con piso de cristal de blíndex con el que se cubrió toda la piscina, se hizo en San Pablo y se transportó desde Brasil en 20 camiones; el montaje tardó 40 días, a un costo de medio millón de dólares. La decoración y la ambientación la hizo la principal escenógrafa de Brasil, que trabajó para mi fiesta en exclusiva. Todo fue una locura. Hasta las 36 mil flores que llegaron desde el exterior para adornar las mesas. La vajilla estaba grabada en oro con mis iniciales y las de mi esposa. Los cubiertos de plata, las copas de cristal tallado, los adornos. Hubo langosta, caviar, exquisiteces, y se sirvió champagne Cristal toda la noche.
–Dicen que dejó sin champagne a Uruguay y Argentina.
–Después de la fiesta el representante de Argentina del champagne me llamó: “Scarpa, todos en Argentina me están pidiendo champagne Cristal y no tenemos las cantidades. Usted malacostumbró a la gente.” En el diario decían que yo había pagado mil dólares por botella. Nada que ver, pero yo dejaba correr el rumor. La verdad era que yo había estado comprando en todas las casas que vendían bebidas importadas todo lo que tuvieran, y como era poco, finalmente me contacté con el proveedor del estado y le compré todo lo que tenía. ¡Dejé al Palacio de Gobierno uruguayo sin champagne!
–¿Cómo se planificó La noche de los sueños?
–Estuve dos años proyectando la idea. Con las 100 personas que tuve que tratar no hizo falta firmar ni un contrato. Un año antes hablé con Mariano Mores y le pregunté cuánto me costaría su orquesta. “350 mil dólares”, me dijo. Ahí le di el 50%; después 30% diez días antes de la fiesta, y el 20% restante diez días después. Era una locura, fueron 120 músicos. Algo nunca visto en una fiesta. Hicimos nuestra entrada con una versión especialmente compuesta para nosotros de “Luces de mi ciudad”.
–¿Cómo logró tener a todos esos invitados famosos?
–Acá nada de tarjetita ni de cartas. Todo fue en vivo y en directo. Fui a Europa y Estados Unidos en mayo y junio a invitar personalmente a 100 personalidades de distintos países. Pedía que me las presentaran en las fiestas, o me las encontraba en comidas, o iba a sus casas. Usted no invita a Catherine Deneuve o a una princesa (y diseñadora de moda belga-estadounidense) como Diane von Fürstenberg o la condesa Gunilla Gräfin von Bismarck, nieta del excanciller alemán Otto von Bismarck, mandando una carta: yo iba personalmente. Después, obviamente, en algunos casos había algún pedido económico. Para Catherine Deneuve fueron 20 mil dólares y Gina Lollobrigida vino por 10 mil. A la que rechacé fue a Sharon Stone: me pidió la locura de 150 mil dólares.
–Una diferencia de cachet.
–Y no solo eso. La Deneuve pidió que la Lollobrigida no se sentara en la mesa principal. La tuve que poner en la de mi primo, Chico Scarpa. Todo fue por una cuestión de vanidad. Ella quería ser la invitada más importante.
–Y no faltó nadie.
–Nadie. Estaban Mirtha Legrand, Daniel Hadad, Rolando Pisanu, Daniela Cardone, Liu Terracini, Nicky Caputo, Gerardo Sofovich, Ricardo Piñeiro, Pancho Dotto, Valeria Mazza…
–¿También hubo políticos?
–Muchos. Los uruguayos Jorge Pacheco Areco y Jorge Valle venían a mi casa desde siempre, porque éramos amigos. También Franco Macri y su hijo Mauricio. Todos ellos, cuando vinieron, no eran presidentes todavía. ¡Scarpa les dio suerte!
-Todo el mundo se preguntó por la ausencia de Maradona, que había sido invitado y no fue: ¿qué pasó realmente?
-La historia con Maradona fue genial. Yo lo había invitado el año anterior, pero tres días antes me llamó el manager, Jorge Cyterszpiler, y me dijo: “Maradona tiene muchas ganas de ir a su fiesta. Pero esa misma noche tiene que jugar con Boca Juniors en Mar del Plata y el partido termina a las doce de la noche, no va a poder salir hacia Punta del Este antes de la una y media de la madrugada Así que va a necesitar un avión”. Hasta ahí todo bien, le iba a facilitar un avión sin problemas. Pero después también me pidió que él quería que cuando llegara a la fiesta se lo recibiera con una música elegida por él, porque quería llegar bailando con dos chicas y con su mujer de cortejo atrás. Quería hacer una gran entrada. Y de más está decir, que por supuesto, había pedido “un billetico”, una compensación económica. Yo podía pagar, pero lo quería como invitado, no como la estrella de la fiesta. Maradona quería ser más estrella que Scarpa. Así que le dije que no. “En la fiesta de Scarpa, la única estrella es Scarpa.”
-¿Alguna anécdota que recuerde especialmente?
-Estaba Gloria César, la sobrina de Amalita Fortabat, muy divertida, bailando sin parar. En un momento pasó bailando por una mesa de dos brasileños, uno era un empresario famoso y el otro un cónsul. Y parece que alguno de los dos le tocó la cola. Ella se volteó furiosa, pero no sabía quién había sido: primero miró al cónsul y lo agarró con fuerza de los testículos, y él se puso a gritar como loco. Tanto que un mozo le tuvo que traer hielo para ponerse durante toda la noche. Al otro, por las dudas, le pegó un bofetón.
-¿Hubo desesperación por ser invitados? ¿Algún colado?
-Bueno en los primeros días de enero nadie hablaba de otra cosa que no fuera de mi fiesta. Todos estaban obsesionados con ser invitados: famosos, políticos, modelos, señoras de la alta sociedad. Ya se sabe que hubo señor de un periódico brasileño que me amenazó reclamando invitaciones y gente muy “paqueta”, como dicen ustedes, que ofrecía dinero para poder entrar. ¿Colados? Un matrimonio que se quiso hacer pasar por periodistas sin serlo y un importante empresario se disfrazó de mozo y entró por la cocina. Tal era el grado de desesperación. Ninguno lo logró. ¡Pero todos querían venir!
-¿Y cómo fue el día después?
-Me volvieron loco. Yo no había dejado entrar a ningún medio de prensa. Solo podían estar en la entrada de la casa, al costado de la alfombra roja. Fue una forma de crear misterio por esta fiesta en la que todos querían estar. Así que contraté 15 fotógrafos y saqué casi 5000 fotos y una serie de 15 videos. Al día siguiente estallaron los teléfonos. Me llamó toda la prensa mundial para pedirme material. Hoy en día, las filmaciones subidas a YouTube cuentan con más de 12 millones de visualizaciones, desde 20 países distintos. ¡Imaginate cuando salga la serie de Don Scarpa!
-¿Por qué cree que tuvo tanta repercusión?
-Fue como la fiesta del Gran Gatsby, algo único, increíble. Pero mirá qué interesante, que lo que más la impulsó y la hizo más famosa fue el despecho de una persona que no vino a la fiesta, Sylvino de Godoy Neto, dueño del periódico de Campinas Correio Popular, que no fue invitado, y como era un hombre con mucho ego y vanidad, se puso a hablar y a hacer prensa en contra mía por todo el mundo, diciendo “el señor Scarpa ha hecho una fiesta de dos millones de dólares (¡que en realidad fueron cuatro!) pero no paga sus impuestos y debe estar preso”. Un hombre que hoy está en la cárcel, pero que entonces se creía una potencia mundial y no soportó no ser invitado. Más denunciaba, más personas se enteraban de mi gran fiesta. Fue mi mejor prensa.
-Sin embargo, La noche de los sueños fue su última fiesta en Punta del Este. Con las acusaciones por evasión y fraude fiscal, llegaron los juicios, el divorcio de Enriqueta y la venta de La Pinduca. En el medio hubo un libro de su autoría, La otra cara de las fiestas, y el intento, todavía trunco, de convertir la historia de su vida en una serie. ¿En qué quedó todo?
-Como dije, Sylvino de Godoy Neto, dueño del periódico de Campinas Correio Popular, era un hombre que se creía importante y como yo no lo invité a la fiesta se enojó. Y entonces se puso a revolver en mis empresas y encontró que en una con 5000 empleados no se había pagado un pequeño impuesto, y en Brasil, cuando una persona tenía una empresa y no pagaba un impuesto tenía un lío y podía ir preso. Entonces, apenas terminada la fiesta, empezó a ponerme todos los días en la primera plana de su periódico con este pequeño tema para agrandar la repercusión negativa y hacer que el problema se viera peor de lo que era. Lo intentó por años, pero finalmente yo no fui preso. En este momento estoy “calvo”, como decimos en Brasil. Vendí todas mis empresas y estoy jubilado. Mi divorcié de Henriqueta y no me volví a casar, ni lo haría, solo enamorado, como la modelo de 36 con la que estuve hace poco en Montevideo. Para ocupar el tiempo, en estos años escribí Don Scarpa: la serie que es la historia de una familia de italianos que se pelea mucho, y de mis fiestas. Y estoy muy entusiasmado con la idea de realizarla después de tantas idas y vueltas por más de una década: ya tenemos guionista y producción uruguayo-brasilera. Como broche de oro, mirá cómo son las cosas porque el que terminó yendo preso fue aquel periodista, ya que como intendente de Campinias robó de las remezas de un hospital público, fue a juicio, y en 2018 le dieron 22 años de prisión. Así que con eso no solo me agrandó el capítulo de la serie, sino que le dio más repercusión. Para mí fue el fin de fiesta perfecto.
-¿Tiene algún tipo de contacto con sus invitados a las fiestas de entonces?
-No tanto porque estoy mucho en San Pablo, pero en todas las oportunidades que surgen de volver a encontrarnos es una gran alegría.
-¿Alguien lo desilusionó?
-Muchos, pero nadie que yo no supiera para qué se acercaba. Siempre dije que los verdaderos amigos vienen después de las fiestas. No antes.
-¿Cómo sería hoy si tuviese que imaginar la fiesta de sus sueños?
-Nunca se hace nada igual. En mi caso, si quisiera hacer otra fiesta, necesitaría que fuera mejor que las anteriores. Siempre me gustó superarme. Me hubiese gustado construir una réplica del Coliseo Romano, con palcos y todo. Con las bandas de música famosas subiendo y bajando de escenarios móviles en los cuatro puntos del estadio. Todo con luces y una gran pista de baile vidriada en el medio para que se pueda ver el fondo.
-Si pudiese elegir, ¿qué actor le gustaría que interpretara a Gilberto Scarpa?
-No conozco mucho a los actores de moda y también supongo que en esa decisión tendrán su opinión los productores y Netflix. Pero la verdad es que si pudiera elegir pondría a Al Pacino. ¡Por Dios, con su estampa y esa presencia, sería el Don Scarpa ideal! También le podría pedir a mi amigo Antonio Banderas, que ya conoce bien La Pinduca. Estuvo alojando en mi casa por una semana con su exmujer, Melanie Griffith, y sus hijos, mientras filmaba Evita en Buenos Aires y pidió conocer a “Don Scarpa”, el gran señor de las fiestas de Punta Del Este.
-En estos años Punta del Este se expandió y se construyeron torres monumentales, complejos lujosos, shoppings, restaurantes… ¿Qué le parece el balneario de hoy en día?
-Punta del Este hoy es lo mismo que cuando fui en 1985. Dos o tres restaurantes buenos, el casino y fiestas pequeñas. Hoy Punta del Este volvió a ser esto. Que no te engañe el tamaño de los edificios ni la cantidad de restaurantes, ni que te parezca que esta “estallado”, porque se achicó. Perdió su glamour. Las fiestas ya no son fiestas y tenés que contar con la mano para encontrar una persona bien vestida. Está masificado, ya no es selectivo. Nada es aspiracional. Puede ser cualquier otro balneario del mundo.
-Cuando va a La Pinduca para hacer presentaciones como anfitrión de La noche de la nostalgia, ¿siente melancolía?
-No, para nada. Nunca me arrepentí de nada de lo que hice. Tal vez de lo que dejé de hacer. Ese dinero fue usado para producir felicidad. De hecho, creo que gasté menos de lo que podía haber gastado. Yo hice grandes cosas en mi vida y ya pasaron. Vivo en el presente. Cuando fue posible, lo disfruté. Dios me dio una vida muy buena, pero también sufrí la pérdida de mi hijo de 27 años (Gilberto Scarpa Jr., modelo y presentador de TV, que se suicidó en el 2011). Si vuelvo a Punta del Este a hacer una fiesta voy a ser un tonto. Él ya no está más. ¿Qué tendría para festejar? Hay que aprovechar la vida en el momento en que uno puede. A los 20 lo de los 20, a los 40 lo de los 40. Hoy vivo mis 86 años y ya tengo una historia para contar. ¡Y qué historia!
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