jueves, 2 enero, 2025
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Chofer asesinado por policía retirado: el sacrilegio de la música y la libertad de matar

La historia ya la conocemos, por lo que no necesitamos que la repita este cronista de dudosa procedencia. El 25 a la tarde, plena navidad, un grupo de familiares festejan, bailan y toman algo en la vereda de la casa de uno de ellos en Lomas del Mirador. Uno de los asistentes es un fornido chofer de la línea 109 de colectivos. De repente se acerca un señor, que si lo encontrara en la parada de colectivo uno conversaría amablemente, se queja del volúmen de la música, se da un intercambio, el visitante saca un arma, lo blande para amenazar, forcejean, lo apoya en el pecho del colectivero y lo ejecuta. El trabajador muere al rato. El asesino mira apoyado en la reja que separa su casa de la vereda, como quien ve la tarde caer con dulzura.

El tirador, cuándo no, era un policía retirado que, como tal, cuenta con dos recursos en su haber: un arma reglamentaria y el instinto para matar. Policía hace lo que policía está programado a hacer. La Policía forma así a sus agentes y el discurso del gobierno estimula ese accionar. Nada de lo que pasó en esa jornada roja fue accidental. Hay allí un modus operandi.

Una doctrina Chocobar con anabólicos

Conocida la noticia, un servidor hizo el siguiente posteo en la red X, otrora conocida como Twitter: “Fe de erratas: donde dice «Un policía retirado mató a su vecino porque no bajaba el volumen de la música» debe decir «Un policía retirado mató a su vecino porque aún porta armas, porque fue formado para asesinar y porque el gobierno y el Estado estimulan el gatillo fácil».

Fe de erratas: donde dice «Un policía retirado mató a su vecino porque no bajaba el volumen de la música» debe decir «Un policía retirado mató a su vecino porque aún porta armas, porque fue formado para asesinar y porque el gobierno y el Estado estimulan el gatillo fácil». pic.twitter.com/PUMeyindCR

— Octavio Crivaro (@OctavioCrivaro) December 26, 2024

De inmediato recibió una chorrera de (al momento de escribir esta nota) 400 respuestas justificando el accionar del policía y , por las dudas, revictimizando al chofer asesinado. Total, los muertos no pueden defenderse.
“Uno menos”, “Subí un poco más la música”, “A los marrones, ni olvido ni perdón, gruyerización”, en el sentido de volverlos queso gruyere: agujereados por balazos. Esta es una muestra de apenas el 1% de los comentarios en ese tuit y apenas un grano de arena en los millones de comentarios que hubo por el estilo en redes sociales. Los más sofisticados (pero no menos fascistoides) hablan de “legítima defensa”, cuando las imágenes hablan de una lisa y llana ejecución.

Opera ahí un cambio de discurso: de la derecha punitivista se pasa a la ultraderecha donde todo vale, en cualquier circunstancia. Lo único que sirve para definir si un hecho vale o no, es quién actúa y contra quién lo hace. Policía versus chofer, el lector podrá imaginar con quién se quedan esos discursos.

El beneficiario de esos discursos, spoiler alert, es el Estado que, parapetado en esos comentarios de “ciudadanos” virtuales, va legitimando la ampliación de su radio de acción y del tipo de proceder. La doctrina Chocobar, entre otros discursos por el estilo, buscan lograr el aval de los agentes “del orden” en situaciones extremas: robos, etc. Con el argumento de la “legítima defensa” o de que está actuando en función de su labor policial, esos discursos legitiman casos en los que policías armados fusilan presuntos ladrones desarmados, o por la espalda, o ya reducidos, o las tres cosas. Es la misma doctrina que defendió el gobernador Pullaro en el caso del policía gatillero Luciano Nocelli, que fulminó a dos presuntos delincuentes y que será funcionario de “Justicia” en Santa Fe. La ultraderecha, se ve, tiene quien le escriba.

Pero volvamos: la doctrina Chocobar, con todo lo odiosa que es, tiene su “marco teórico”: busca justificar el accionar de gatillo dulce con una ocasión excepcional (un delito) y en una situación extrema (“es la vida de uno o la del otro”). En esos dos sentidos, para justificar el rol asesino del Estado, busca explicar que no viola la normativa vigente, aunque por derecha busquen, simultáneamente, también, modificar por derecha esa “letra” con nuevas leyes represivas.
Pero acá pasa otra cosa, se le quita todo límite, atenuante y condicionante al violento oficio de matar gente inocente que defiende esa doctrina de la que hablamos. Ya no se trata de matar chorros ni de una supuesta autodefensa. Se busca “bajar” a un tipo que, a lo sumo, escucha música alta. De Chocobar a Chocopeor.

Si hubiera personas escuchando música alta en la puerta de su casa, sépalo el lector, este cronista tendría su humor cascoteado. A no dudarlo. Pero si se abre la puerta de Pandora que habilita a una persona a matar a otra por el volúmen con que suena “Llorarás más de mil veces” de Leo Mattioli, algo se rompe ahí. ¿Cuál es el límite a ese discurso y a esa práctica? ¿Dónde termina?

El que gana con ese discurso, claro, es el Estado y particularmente su hardware, las policías, que ven legitimado su accionar no solo en situaciones de flagrancia sino en cualquier situación posible, incluso la inocua elevación de unas cumbias. Si un policía retirado con el grado de cabo puede matar a sus 74 años a un vecino, ¿se imagina a lo que quedarían habilitadas las fuerzas policiales en general? ¿Puede suponer hasta dónde llega el alcance del accionar de las huestes de la patética pero no por ello menos peligrosa Patricia Bullrich?
El Estado usa la cosa pública para legitimar su poder de fuego. Aunque solo parta del volúmen de un estéreo callejero. Nada es inocente y en vano.

La exacerbación en “la construcción del enemigo”

Claro, si no hay “chorro”, hay que crear un enemigo que merezca no solo el escarnio en general sino la muerte sumaria en particular. “Marrón”, “involucionado”, “kuka”, “villero”, “zurdo”, “votante kirchnerista”, son algunas de las menciones o definiciones que este cronista pudo consignar que recibió la víctima que, recordemos, está muerta. No existe más en este plano. Pero aún así sigue siendo lapidado debajo de una montaña de perros muertos por parte de este sector exacerbado de la población que busca un accionar estatal que podríamos llamar “todo vale”.

Si la construcción del enemigo “chorro” sirve para justificar un accionar policial sin superyó ni limitante alguno, acá se rompe todo parámetro de racionalidad precaria y el enemigo puede ser cualquiera, vos elegís. Ponele un mote, asignale un pecado inaudito y gatillá. La ideologización póstuma del difunto (kuka, vago, villero, zurdo) ayuda a identificar con pintura roja a los eventuales enemigos a derrotar: choferes, laburantes, sectores populares. Y con pintura azul y un poco de agua bendita se deja brillante y sano al ejecutor: un individuo que, en definitiva, es un agente informal en armas del Estado.

Esa díada culpabilización/legitimación es preparatoria y nada ingenua. Sirve para ir ganando nuevas porciones de bases sociales para dar consenso al accionar paulatinamente endurecido de un Estado frente a las amenazas que, supuestamente, lo acechan en condiciones sociales, económicas y políticas cada vez menos soportables. El gobierno, los grandes empresarios, con sus políticas, van dando cuerpo a su enemigo y, por ello mismo, afilan sus colmillos para enfrentarlo eventualmente.

Con cada tuit y cada defensa del “policía jubilado”, como le dicen cándidamente, se invierte en un plazo fijo para que el Estado, sus esbirros retirados y, eventualmente, sus bandas paralegales, actúen bajo la lógica schmittiana de amigo-enemigo. Si el enemigo está ahí, gatille y después pregunte. Si es un “marrón”, si es un laburante y, para peor, de un sindicato fuerte y reconocido como la UTA, debe ser un potencial delincuente. Mate y después vemos. Nuevamente, pensemos el paroxismo: si puede matarse a un chofer que mueve su cuerpo con una cumbia, imaginemos lo que pretendan que el Estado esté habilitado a hacer frente a un levantamiento de “marrones”, frente a una lucha de choferes, frente al crecimiento de zurdos. Y esas cosas, sépanlo, van a ocurrir. Bah, ya están ocurriendo.

Un mundo sin música

“Para vos lo peor es la libertad”, grita Luca Prodan en Los viejos vinagres, ese temazo del disco Llegando los monos (je) de Sumo. Y es así. Para los monos libertarios que llegaron, y sus palometas tuiteras, lo peor es la libertad. Se deleitan, se estremecen con un policía retirado que gatilla por un pleito trivial, y se arrancan con furia la solapa de la ropa ante el crimen inaudito e inadmisible de escuchar música fuerte el aniversario del día en que, nos dicen, nació Jesucristo. Ni eso ya se puede festejar…

La libertad de distenderse en los poquísimos días al año en que los trabajadores tienen para descansar, para comer, para bailar, para disfrutar de los suyos, es vista como un sacrilegio cuando se trata de los sectores populares. Los mismos que festejan las andanzas impunes de los más ricos, penalizan los breves estertores de “libertad”, en realidad casi salidas transitorias en el régimen social asalariado, de los trabajadores.

La libertad es solo para la sumisión, la aceptación de condiciones de vida penosas o la claudicación ante agentes libres del Estado en armas que amenazan si no se baja la música. Esto habla mucho del tipo de libertad que pregonan: la libertad libertaria es la ausencia de todo tipo de genuina libertad, de garantía democrática, de esparcimiento o de diversión. Su modelo de sociedad es una cárcel, con horarios establecidos, con la vida y la savia vital de cada ser humano ofrendada al dios capitalista. Y para peor, una cárcel sin música.

Ojo, eh

Para cerrar, una advertencia: la elección de las noticias que aparecen en los medios no es un hecho fortuito ni que se rija por el azar. Es eso: una elección editorial. Este cronista que, como usted lector, llega con el caballo cansado a este fin de año, nota que todas las noticias nos muestran una imágen post apocalíptica: personas que rompen a palazos, como primates, un auto estacionado en una esquina. Un conductor de una enorme 4×4 que atropelló a un motociclista en Mar del Plata. Una comerciante que deja encerrado un perrito, Coco, hasta morir en un auto, y que provoca reacciones en gente que quiere que esa mujer transcurra multiplicado por diez el calvario del can muerto ridículamente. Podríamos nombrar decenas de noticias donde hay un hilo conductor: hay una pelea por una supervivencia del más malo, una puja entre pares, un “hazlo tú mismo” que busca o al menos logra instalar una idea: uno está solo en este mundo y pelea con, contra, el de al lado.

En un año en el que hubo miles de acciones colectivas, donde los pares se unieron más allá de las diferencias o especificaciones para enfrentar un gobierno de ajustadores y porquerías, en estos últimos días se busca que uno se vea, se encuentre y se sienta solo y aislado. Hombres y mujeres que están solos y esperan. Por eso, más que nunca, hablar de estos temas tiene una finalidad: deslegitimar todo relato que busca blindar los pliegues del Estado y señalar la fuerza implacable de la clase trabajadora y de los sectores populares cuando se pone en movimiento y actúa. El discurso naif de que hay que “rechazar la crueldad” es peligroso porque busca que, a lo sumo, uno pueda oponerse a las aristas más brutales del accionar de un gobierno y de un Estado de clase. Pero humildemente, desde acá, decimos: no nos oponemos solo a los ángulos más crueles y pinchudos de su política de clase, sino que nos oponemos a toda su política y, en definitiva, a su clase.

Que arranquen un lindo año 2025.

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