Ahora que “Cien años de soledad” se ha convertido en serie y se está emitiendo por Netflix, cabe recordar que el gran editor español Carlos Barral rechazó esa novela con un “no va a tener éxito”. No se le ocurrió pensar que se llegarían a vender en el mundo 40 millones de copias. Esa descuidada sentencia de Barral fue luego desmentida. Para el investigador José Luis De Diego, “Barral, era un editor culto, enamorado de la literatura centroeuropea, y cuando se encontró con la novela tropical de un colombiano no la leyó”. Es ahí que interviene Cortázar y le dice: “Gabo mandásela a Porrúa a Sudamericana”. Y las fichas, como en un juego cortazariano, de casualidades causales. comienzan a ordenarse.
Francisco «Paco» Porrúa (1922-2014) había editado “Los nuestros”, libro donde el chileno Luis Harss entrevista a los futuros grandes escritores de Latinoamérica. Al único que Porrúa, lector empedernido, no conocía, era al colombiano; le pidió sus libros. Los leyó, y comenzó a publicarlos. Cuando le llegaron los manuscritos de “Cien años de soledad”, llamó a Tomás Eloy Martínez, director periodístico de la revista “Primera Plana”, y le dijo: «tenés que leer esto, no sé si el autor es un genio o está totalmente loco”. Martínez empezó a leer, a poco andar exclamó: es una novela extraordinaria, y decidió ayudar a difundirla. Le pidió a Ernesto Schóó que fuera a México a entrevistar al colombiano. Así fue que salió García Márquez en la tapa con el título “La gran novela de América”, y un amplio reportaje en el interior del semanario.
El Boom había estallado
No paraban de sumarse obras y nombres. Algunos eran desplazados por los de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Fuentes, aunque esos otros fueran nada menos que Rulfo, Borges, Carpentier, Onetti, Donoso, Ribeyro. Porrúa sostenía con humildad que no tuvo nada que ver con el boom. Desde 1962 era Director Editorial de Sudamericana, y contra viento y marea había publicado “Rayuela” de su ya amigo Julio; había recuperado a Marechal y difundido a Saer, entre otros. Lo que importaba era publicar a los que para la gente eran “los nuevos mensajeros de la felicidad”. Y él tenía su propio reino donde como el Minotauro, de “Los Reyes” de Cortázar, es un poeta que juega en su laberinto ofreciendo lo mejor. Martín Felipe Castagnet en su extraordinario libro “Minotauro, Una odisea de Paco Porrúa” (Tren en movimiento) sostiene que lo de Minotauro lo tomó de una revista surrealista francesa. Seguro que fue así. Castagnet se doctoró en Letras con una tesis que dio base a su consagratorio libro, donde permite conocer de modo admirable la vida y la obra de “Paco” Porrúa.
¿Quién es ese gallego?
Nacido en Galicia, Porrúa se volvió argentino a partir de su niñez patagónica. Hubo una pausa. La familia tuvo que volver un par de años a España por enfermedad de la madre. Luego regresaron a la Argentina. Paco hizo la secundaria como pupilo en el Colegio La Salle de San Isidro, donde se aislaba para leer, y le arrancaron “A la sombra de las muchachas en flor” prohibiéndole seguir leyendo esas cosas. Quiso ser marino como su padre, pero se lo impidieron por no haberse nacionalizado. Entró en Filosofía y Letras. Trabajó para imprentas y editoriales.
Un día en “Les Temps Modernes” según Boris Vian había un nuevo género: la ciencia ficción. Leyó a Bradbury y se entusiasmó. Planeó una colección que se llamaría Minotauro, dedicada a eso, que para Paco era solo buena literatura fantástica que va de la ficción especulativa a lo maravilloso y el fantasy. Pensaba seguramente como Anthony Burgess, uno de sus autores, que “la novela distópica, la ficción especulativa, la fantasía profética, puede tener influencia saludable en la sociedad, corrigiendo activamente las tendencias regresivas o antidemocráticas”
Si a “El Séptimo Círculo” le había ido bien con policiales por qué no a la ciencia ficción. Siguió el camino de Borges de transformar un género popular en un género culto, sostiene De Diego. Para el primer libro, “Crónicas marcianas” pidió a Borges el prólogo. Borges no conocía a Bradbury. Le llevó el libro. Al otro día le entregaba el laudatorio prólogo.
Uno de los atributos de Porrúa era el cuidado de la forma y el contenido. Libros de calidad, bien traducidos y con tapas sugerentes creadas por artistas como Rómulo Maccio. Se cuenta que, en el bar de las Sociedades Gallegas el pintor Seoane comentaba que «Porrúa se pasa regalando traductores gallegos a la Argentina», y el poeta Arturo Cuadrado explica “es que el traductor siempre es Paco, pero cada libro que traduce, y traduce muchos, pone el nombre de un familiar, y como él es un traductor invisible no lo vemos acá”. Traducir fue una de sus pasiones. Consideraba que una traducción nunca estaba terminada, la corregía en cada reedición.
Con su traducción de “Crónicas marcianas” se inicia el despliegue de un sello que fideliza a sus lectores. Una editorial independiente que, pasando por la participación y distribución en Sudamericana, Edhasa, Planeta, sería fundamental en la difusión de la ciencia ficción, terror y fantasy en español. Una editorial absolutamente ejemplar, según el exigente Jorge Herralde.
El Minotauro que regresa
Con “Un gato muerto” de Guillermo Martínez, reaparece en la Argentina, su lugar de origen, la editorial de Paco Porrúa, iniciando una línea de libros ilustrados por destacados artistas, en este caso Santiago Caruso.
La central de Planeta, España, viene recuperando clásicos de Minotauro, que se distribuyen entre nosotros, donde están los libros de Bradbury, Philp K. Dick, Stapleton, Burgess, Ballard, Ursula K. Leguin, entre otros, comenta Álvaro Garat, editor y encargado de Minotauro en Argentina.
“Así como se buscan reponer obras que estaban agotadas –Minotauro tiene hoy un catálogo de unos 500 títulos- se han agregado voces nuevas, como Grady Hendrix, por dar un ejemplo, o se suman autores, como Angélica Gorodisher. Por otra parte, bajo la cobertura de Minotauro, están las licencias y productos derivados que provienen de juegos de mesa y videojuegos, como la serie Dragonlance, y de nichos históricos del fantasy, que en conjunto ya lleva 150 títulos. Un caso aparte es el cuidado de una obra fundamental de Minotauro, ‘El señor de los anillos’, y a todo Tolkien”, concluye Garat.