lunes, 25 noviembre, 2024
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La declaración completa de Fabiola Yañez contra Alberto Fernández: hostigamiento, acoso psicológico y golpes

Este lunes, Fabiola Yañez presentó un escrito ante la Justicia para ratificar la denuncia que hizo por violencia contra Alberto Fernández y pidió ser querellante en la causa. En más de 20 carillas, la ex primera dama relató el maltrato que sufrió desde 2016 y agravó las acusaciones.

Declaración completa de Fabiola Yañez

Los hechos que me damnifican y me tienen por víctima son aquellos objeto de la denuncia y posterior ampliación en declaración testimonial que efectuare ante el Sr. Fiscal. Sin perjuicio de ello, procedo a detallar los mismos en el presente. Agrego y aclaro que el tipo de lesiones resultan ser de índole grave, toda vez que dejaron secuelas de daños psicológicos que me impidieron ejercer mis funciones y mi vida normal por más de 30 días.

Los maltratos, hostigamiento, desprecio, agresiones y golpes resultaban ser una constante; por su habitualidad dejaron indudables secuelas de carácter psicológico en mi parte, y me obligaron en diferentes periodos de tiempo a llevar adelante tratamientos psicológicos y psiquiátricos, incluso con toma de medicación. Todo ello se suma a las lesiones físicas temporales por golpes que se pueden ver en las fotos que se adjuntan, en el brazo, ojo y otras situaciones como cachetazos casi diarios en un contexto de violencia verbal que terminaban habitualmente en un cachetazo como fin de la discusión, a pesar de estar mi hijo de solo 2 años o menos en una habitación cercana.

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Comencé una relación de noviazgo con el denunciado, sin convivencia al principio, hace más de 14 años. En un viaje a París, el 14 de mayo de 2016, me propuso comprometernos. Así fue como me mudé con él a un departamento de Puerto Madero, que decía se lo prestaba su amigo Enrique Albistur. Vale aclarar que, desde antes de la convivencia, su hostigamiento y acoso psicológico era constante. Yo debía permanecer atenta a sus llamados telefónicos que se repetían, al punto de no poder interactuar con terceros y hacer una vida normal, como salir a cenar con amigas. Respondía sus mensajes cada 3 minutos, por lo que opté por dejar de salir y dejé de frecuentar amistades, salvo alguna amiga con la que me reunía a cenar en mi casa, como modo también de control de su parte.

Estaba obsesionado con que, si salía, era porque lo engañaba. Lo insólito era que, mientras yo me quedaba en casa con una amiga a cenar para saciar su sed de control, él salía para estar con otras mujeres, lo que finalmente descubrí. Estando conviviendo y en virtud de los planes de compromiso, confiando en sus dichos respecto de querer tener otro hijo conmigo y formar una familia, resultó que, al escaso tiempo de convivir, quedé embarazada. La alegría y la sorpresa de mi parte eran inmensas, hasta que se lo conté a él.

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En ese momento, nuevamente apareció su deprecio y rechazo, esta vez respecto de nuestro hijo por nacer. Me dijo “esto no puede pasar, estoy en shock”, y comenzó a hostigarme con que era muy pronto, que no estaba listo aún, que no me había presentado a su hijo. Entonces inició la segunda parte de su plan de desprecio para empujarme a llevar adelante la peor decisión. Comenzó a ignorarme por completo. Vivíamos en la misma casa, pero dejó de hablarme. No me dirigía la palabra en absoluto; pasé a ser un mueble en mi propio hogar, cargando a su hijo en mi vientre.

Me decía “no puedo decirle a nadie que voy a tener un hijo con vos en tan poco tiempo”, y yo le decía, “pero entonces, ¿por qué no me lo dijiste? Nos hubiésemos cuidado”. Él me decía: “hay que resolverlo, tenés que abortar”. Antes que lo hiciera, era tal su perversión que le dijo al hijo que estaba embarazada para después responsabilizarme a mí del aborto. Comencé a sentir los primeros síntomas del embarazo y ni se lo podía comentar porque para él no existíamos, ni yo ni ese bebé. Y ahí caí en —quizás— una de las más graves formas de violencia, la reproductiva, ya que a través de sus acciones e incluso sus omisiones (silencio, abandono, desprecio, reproches), fue vulnerando mi autoestima y mis derechos reproductivos, llevándome a tomar la terrible decisión de abortar a mi hijo, generándome así graves daños psicológicos y emocionales que persisten hasta hoy.

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Era tal la tristeza y la angustia que sentía que no aguanté más y me fui. Primero alquilé un departamento temporario en Av. Chenaut, me llevé mis cosas y me mudé allí, incluso vino mi madre a acompañarme porque estaba devastada. Luego decidí irme a Londres, adonde fui a estudiar y perfeccionar mi inglés durante meses. Durante esos meses continuó con su hostigamiento constante, poniéndose en el rol de víctima, asegurándome que todo cambiaría y diciéndome a mí y a mi madre que cuando volviese en diciembre él me iría a buscar para volver a empezar.

En diciembre de 2016 regresé y volví a vivir con él. Me prometió casarse, tener un hijo, todo nuevamente como al principio, pero volvió el hostigamiento y la persecución constante. Mientras yo no daba motivos para esto, en paralelo me llegaban mensajes de muchas mujeres que decían estar teniendo historias íntimas con él, lo cual él negaba. Incluso la persona que le manejaba la cuenta de Dylan y que hoy maneja en gran medida toda la comunicación de Fernández era una de estas personas.

Por todo esto, me sentía deprimida, culpable, angustiada, al punto de no tener fuerzas para nada. Busqué ayuda psicológica en INECO, adonde fui por los contactos del denunciado. Me dieron un diagnóstico que pertenece a mi intimidad, por el cual me indicaron tratamiento psiquiátrico y me empezaron a medicar con diversas drogas. Recuerdo algunas como la sertralina; tomaba antidepresivos, ansiolíticos, clonazepam, entre otros. También participaba de grupos de terapia con otras mujeres con otras patologías y problemas.

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Yo sentía que me mantenían medicada como modo de controlarme, y que su intención era hacerme sentir que el problema era yo, que eran todas cosas de mi cabeza, que estaba loca. Pero claramente no era así porque incluso un día, llegando a la reunión del grupo, manejando mi auto, me llama una amiga desde México y me dice: “me acaba de escribir Alberto”, primero le mandó un punto y luego le dijo: “te tengo acá en mi teléfono pero no sé cómo, que linda sos”. Ni siquiera recordaba que la tenía guardada en sus contactos porque era amiga mía. Yo lo llamé, le grité y él me decía que estaba loca, que eran pavadas. Así estuve, en tratamiento pagado por él en INECO durante más de un año hasta que no fui más.

Fueron varios los episodios de violencia física a lo largo de la relación, pero no puedo precisar las fechas de cada uno, recordando circunstancias que podrían delimitar el contexto. Por ejemplo, el golpe de puño en el ojo fue estando en la cama en Olivos. Habíamos discutido antes, mucho, como ya era habitual, y como cierre de la discusión, me pegó desde su lado de la cama un terrible golpe de puño. Grité y le dije: “¿Qué me hiciste?”. Pero él se dio vuelta y con ese golpe terminó la discusión.

Al otro día, el ojo empezó a ponerse rojo. No había nacido Francisco aún. Me levanté, prendí la luz y fui al baño. Cuando volví del baño, él estaba dormido. “¿Qué me hiciste?”, le volví a decir, pero él lo negaba. Es claro que lo hizo con intención, por la discusión que habíamos tenido.

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Ese día yo tenía que viajar a Misiones por un compromiso oficial como Primera Dama, así que viajé igual. Al principio solo se veía colorado, pero me quedé 3 o 4 días y el ojo comenzó a cambiar a un color más fuerte. Volví y me quedé en Olivos.

Estando allí, junto con Alberto, llamamos al Dr. Saavedra, Jefe de la Unidad Médica Presidencial. Me dio globulitos de árnica y me dijo que se iría con el tiempo. Estuve así paseándome por días dentro de la casa en Olivos, obligada a no salir para que no se viera el golpe.

Siempre había discusiones verbales, no me dejaban hablar. Cuando alguien me agredía mediáticamente, no me dejaban hacer nada por mí tampoco. Por eso, en el punto siguiente relataré lo que para mí fue UNA COMPLETA VIOLENCIA INSTITUCIONAL. Incluso Juan Pablo Biondi me decía que me tenía que quedar callada porque, de lo contrario, sería darle entidad a los comentarios.

Durante todo el periodo de Alberto como Presidente, esto se mantuvo y acrecentó. Viví mucho maltrato psicológico de su parte, el cual me afectó gravemente. Él hablaba encima de mí, me hacía callar con desprecio y violencia. Me ha empujado para entrar o salir de lugares, me ha zamarreado, me ha tomado fuerte del brazo mientras hablaba cerca de mi cara, me humillaba delante de cualquiera. Me agarraba la cara en un gesto de silenciarme. Incluso sé que hay videos con esta imagen. Caminaba delante mío, olvidándose de que yo estaba allí, incluso estando embarazada. Recuerdo que estos hechos de maltrato psicológico los ejerció delante de una abogada en Madrid de un modo tan penoso, con un destrato tan brutal, que la profesional me llamó luego para decirme que nunca había visto algo así. Podré aportar sus datos.

También se enfurecía si yo me iba a dormir a la habitación de Francisco para que él pudiera descansar, pero él pretendía que trajera la cuna al cuarto. Me quería controlar de forma constante. No quería que la gente dijera que no dormíamos juntos; le preocupaba que saliera de la quinta ese comentario.

Otro hecho, específicamente el que se grafica con la imagen del moretón en mi brazo, ocurrió un día en que le dije que me quería ir de Olivos con mi hijo. Yo no aguantaba más. Le insistía que me quería ir. Venía soportando maltrato físico desde hacía tiempo. Incluso, al final del embarazo, solía empujarme mucho o, si me veía sentada, agarrándome la cabeza o la panza porque ya no resistía más su maltrato. Se acercaba a mi cara a gritarme.

Esa vez, que relato supra, estábamos discutiendo y gritando porque yo había encontrado a mi hijo viendo imágenes de una mujer desnuda en su teléfono. Fue cuando volvíamos de un viaje a Chapadmalal. Yo siempre le daba el celular para que escuchara música y se distraiga en esos vuelos. Resultó ser una de las tantas mujeres famosas que lo visitaban. Tenía varios videos ahí que no había borrado antes de darle el celular a nuestro hijo.

Fue por ese motivo que, ante mi reclamo, me agarró del brazo fuerte, muy fuerte, para que me quedara claro que se haría lo que él decía y que me convenía seguir callada.

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Él se empezó a poner cada vez más nervioso hacia el final de su mandato. Yo le decía que no iba a vivir más en Argentina después de todo lo que había vivido. Quería preservar a mi hijo del acoso y del bullying del que yo había sido objeto antes que él. No quería esa vida para mi hijo.

Y ahí empezaron los cachetazos diarios.

Las marcas de los golpes en Fabiola Yañez. Fotos: Infobae.

Las marcas de los golpes en Fabiola Yañez. Fotos: Infobae.

Como referí supra, hacia los últimos meses de su mandato, y ante mi insistencia en querer irme, empezó esta rutina: a la noche, él me gritaba y me pegaba un sopapo, dejándome la cara hirviendo. Yo me iba caminando a la casa de huéspedes y escuchaba los gritos al irme.

Se convirtió en algo diario: cachetazos diarios. Creo que al tercero o cuarto día seguido que me pegó, con mi hijo y su niñera durmiendo al lado, abandoné el dormitorio y me fui. Me mudé a la casa de huéspedes con mi hijo e hice venir a mi mamá con nosotros. Tenía miedo. Él era avasallante. Entraba a la casa y a mi cuarto golpeando las puertas y a los gritos. No tenía paz.

Padecí de terrorismo psicológico en forma constante, sobre todo después de las imágenes que surgieron tras la cena de mi cumpleaños en Olivos, incrementándose cuando perdió las elecciones legislativas, según él, por mi culpa, y esto era diario. No me daba respiro ni cuando estaba con mi bebé. Incluso funcionarios de su gobierno y entorno cercano salieron en los medios responsabilizándome, es decir, cargaban en una mujer que había tenido un bebé en ese contexto, que prácticamente no podía hablar, que estaba todo el tiempo en su casa y que era víctima de violencia de género, la responsabilidad de la pérdida de las elecciones de medio término, cuando todos sabían que se perdieron por otros motivos.

También hablo de violencia de género institucional porque no solo su secretaria María Cantero sabía lo que estaba viviendo, sino también la Ministra de Género, Ayelén Mesina, la Ministra designada por Alberto Fernández para ese cargo que sería su bandera más preciada. En una oportunidad, le pedí que me acompañara a dar una entrevista a Brasil, en ese país y en el mundo éramos referentes por tener Ministerio de la Mujer, así que me pareció apropiado ir con ella y más aún intentar hablarle de lo que vivía. Recuerdo que después de la conferencia fuimos a cenar, y antes nos sentamos afuera; había un banco. Le dije: “tengo que decirte algo”, y le mostré la foto y los videos de Alberto con otra mujer teniendo relaciones en la Casa Rosada. Ella se quedó callada y dijo: “No lo puedo creer, Fabi, cuenta conmigo y vení al Ministerio de la Mujer”. No hizo nada. Después de eso, la encontré un día en una cena a la que fui con Alberto. Se acerca y por lo bajo me dice: “¿Estás mejor?”. Sentí que me estaba tomando el pelo. Me pregunté cómo creía factible que la Primera Dama se presentara ante el edificio que era la bandera y mayor conquista política de mi pareja, el Presidente, para decir lo que estaba viviendo.

Todo el tiempo que le decía a mi pareja que me quería ir, que no aguantaba más, él me decía que yo siempre me quería ir, que nunca estaba conforme, y repetía: NO TE VAS A LLEVAR A MI HIJO. Alicia Barrios es una excelente mujer, que sabía lo que yo estaba viviendo, muy cercana al Papa Francisco, y ella dijo que a Olivos entraban periodistas y salían primeras damas para volver a ser periodistas fuera de Olivos, en una nota periodística. Es decir, que es claro que se sabía lo que yo padecía y muy pocos se animaban a hablar.

En otra oportunidad, me visitó a pedido de Alberto, la Sra. Dora Barrancos. La atendí en Jefatura de Gabinete de Ministros de Olivos. Recuerdo que ese día me regaló un libro y halagó la tarea social que hacía. La reunión no duró más de 30 minutos y fue la única vez que nos vimos. Fue una charla privada, en la que además me dijo que no debía dejar que me trataran como una simple “primera dama” porque eso me despersonalizaba.

Los últimos seis meses en los que aún vivía en Argentina, él vivía furioso. Ya estábamos separados y estaba claro que el destino sería España porque estaba convencido de que, si ganaban las elecciones presidenciales, se podría ir a dicha embajada y me tendría cerca. Pero no me dejaba ir. Fueron meses en los que me mantenía allí bajo la constante promesa de que al otro día me llevarían, y así pasaban los meses y yo seguía allí, viviendo todo este maltrato, sin poder irme con mi hijo.

Hasta que finalmente ocurrió. Me trajo a España, pero no me ayudó con los trámites. De hecho, me revocó el pasaporte diplomático mío y de mi hijo, creo que en parte como otro modo de castigo y control.

Alquiló un departamento pequeño en el centro, que comparto con mi madre y mi hijo, que son mi único sostén y asistencia. Vivo con temor a salir a la calle y en el último tiempo en España, desde que esta causa salió a la luz, he vivido situaciones de terror, como el día sábado 10 de agosto, en donde, por algún sistema de inhibidores o algún otro mecanismo que desconozco, en los alrededores de mi vivienda no podía utilizar celulares. Incluso, debí tomar un taxi para asistir a una reunión personal pactada porque el auto de un amigo que pasó a buscarme, que cuenta con la llave electrónica de mando a distancia, no funcionó, lo que nunca antes había ocurrido.

En la actualidad, siento que puedo ser víctima de violencia económica también, porque vivo aterrada de no contar con el dinero para pagar el alquiler y la escuela de mi hijo. Quiero trabajar, pero actualmente eso es imposible en España y no puedo ni quiero volver a Argentina, pese a que es un costo altísimo al estar separada de muchos de mis afectos y al obligar a mi madre a estar separada del resto de su familia.

Desde que finalmente me mudé a España con mi hijo, el acoso de Fernández no ha parado nunca, llamándome a cualquier hora. Se enoja con mi hijo si no lo quiere atender o si lo atiende y no le habla. Ahora ha comenzado a gritarle al niño de manera desaforada: “¿Para qué me atiendes si no me hablas?” Y ante mi reproche de que, por favor, no lo maltrate, me dice que los gritos no son hacia nuestro hijo, sino que son para mí. También es mi culpa que un niño de 2 años no quiera hablar por teléfono.

Hace más de 2 meses, me empezó a amenazar con que se va a suicidar. Hay gente de su entorno que manipula esto para que yo me asuste y me sienta responsable de todo. No les basta con que esté sola con mi hijo; también tengo que sentirme responsable de lo que le pasa a él, cuando nunca fui la que inició esto ni participé de los actos y hechos de corrupción por los que se lo investiga.

Un día me llamaron para decirme que se había muerto y yo llamé, ya que es el padre de mi hijo y porque es parte del daño psicológico que los golpes me produjeron: sentirme responsable y culpable de todo lo que pasa. Por todo esto, fue que inicialmente en la primera declaración ante el juez Ercolini no quise instar la acción, porque así me lo pidieron. Después de ese día, todo siguió peor. Me llamaba para decirme que quería ver al nene o se iba a matar. Me decía: “Te voy a hacer pasar por enferma, terminemos esto de una vez por todas” y volvía con la idea del suicidio. Lo mismo solía hacer cuando yo le reclamaba por sus golpes. Lejos de negarlo o rebatirlo, decía que él estaba mal, que le costaba respirar, que se iba a morir. Siempre era mi culpa. Por eso, para frenar este acoso y sobre todo para proteger a mi hijo, decidí finalmente el 6 de agosto denunciar. Y ahí comenzaron nuevamente sus amenazas coactivas. En esta oportunidad, además de victimizarse, en sus mensajes me decía que si hacíamos un comunicado conjunto, tendría el futuro de mi hijo y el mío solucionado. Yo no quería un comunicado, quería la verdad como una forma de proteger a mi hijo.

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