Nadia Podoroska termina su entrenamiento y se va directo a jugar al frontón. A los 5 años, pule su juego de golpes en el Club Fisherton, en Rosario, Santa Fe. Allí hizo gimnasia, natación, vóley, hockey y fútbol. Pero ella ya eligió el deporte que la acompañará a lo largo de su vida: el tenis.
El tiempo pasa y a los 15 años se da cuenta que Sudamérica tiene pocos torneos femeninos para competir y seguir mejorando tenísticamente. De modo, que decide asentarse en Alicante, España. Sin embargo, la distancia con las costumbres argentinas, a una edad temprana, le traen consecuencias en su cuerpo y sufre lesiones que no le permiten asentarse. Hasta que en el año 2020 (singles) y 2021 (dobles) pega el salto, cuando logra las semifinales de Roland Garros y alcanza su mejor posición del ranking WTA (40).
Una vez culminado el Grand Slam parisino, clasifica a los octavos de final de los Juegos Olímpicos de Tokio 2021, igualando la marca que no había sido superada en 25 años (Gabriela Sabatini e Inés Gorrochategui habían sido las últimas argentinas en llegar a esa instancia, en Atlanta 1996). Hoy, con dos títulos WTA 125 en singles y un título WTA 250 en dobles, tiene su mirada fija en París 2024. “Era uno de mis sueños de chica representar a mi país. No depende de las ganas, lograr un podio. Aspiro a disfrutarlo y a dar mi mejor tenis”, sostiene Podoroska para Página/12.
–¿Qué importancia tienen los clubes como formación de base?
–En un deporte tan complejo como es el tenis, que se requiere de mucha concentración y coordinación, es fundamental esos inicios. Requerís ser buena de chiquita para tener apoyo y una buena carrera. Elegí esto porque no necesitaba más que una raqueta, la pelotita y yo. Trabajaba mucho la técnica sin pelota, con la raqueta y el cuerpo. Me grababa y hacía todos los movimientos. Usaba el frontón para acortar las distancias y hacer más movimientos, mucho más rápido. Hacer cantidad, es lo que se necesita para mejorar la técnica.
–¿Cómo fue tu transición de pasar de vivir en Argentina a España?
–Difícil. A los 15 años, cuando empecé a viajar, tenía esta dificultad de no tener tantos torneos en Sudamérica. Tuve que irme a Europa a competir. Por un tema del costo de los pasajes, queríamos que rindieran y mi idea era quedarme mucho tiempo en Europa y amortizar ese gasto. No ir y volver. Los primeros 4 años, me volví con lesiones. No daba más del físico. Estaba muy frustrada. No entendía por qué pasaba. Hoy siendo más grande, entiendo que era un tema emocional. No toleraba estar lejos de mi casa, mi familia, mis amigos, las costumbres, la comida y la cama. Nosotros toda la semana estábamos en un lugar diferente y eso para una nena de 15 años era algo muy difícil de poder aguantar.
–En tu carrera, sucedía que cada vez que subías puestos en el ranking, llegaba una lesión. ¿De qué manera gestionas estas idas y venidas con el ranking?
–No soy de ver los números. Me parece algo importante saberlos a la hora de planificar el calendario, porque se cierran los torneos y nuestros sistemas de puntos se actualizan todas las semanas. Pero eso se lo dejo a mis entrenadores. A mí no me gusta seguirlos en el día a día, porque creo que el ranking se basa en tu nivel. Me parece más importante mejorar tenísticamente. Nunca tomé al ranking como puntos que tengo que defender, sino que cada año tengo que jugar mejor.
–En ese proceso, cambiaste de entrenadores. Pasaste de Carlos Rampello a Emiliano Redondi y Juan Pablo Guzmán. También se sumó Pedro Merani (experto en Neurociencia). ¿En qué modificó tu carrera?
–Se me abrió otro mundo. Empecé a tener más conocimiento de mis estados emocionales y de lo que puede influir en tu desempeño dentro de una cancha. Cuando era chica, quería ser un robot que quería rendir y estar bien cada semana, sin importar si estaba meses fuera de mi casa. Con el nuevo equipo de trabajo, empecé a darle lugar a la parte mental. Tiene mucho valor aprender a gestionar tus emociones y tener herramientas para sobrellevar esa situación, sin quedarte enganchado en lo que sentís.
–¿Es perjudicial sobre pensar en el deporte?
–No ayuda, porque no tenemos mucho tiempo y hay muchas variables. Entre pelota y pelota tiene que haber reacción. Mientras más pensás, más lenta te ponés, menos explosividad y menos rapidez tiene la pelota. Vas perdiendo esa fluidez que tanto se necesita, en un juego que tenés que ir respondiendo lo que te devuelve el rival, donde no podés controlar mucho. Y después entre punto y punto, hay 20 o 25 segundos para pensar lo que vas a jugar al siguiente. El sobre pensamiento lo dejo afuera de la cancha, para hacer un análisis exhaustivo de lo que pasó.
–¿Cómo es tu voz interna dentro de los partidos?
–Hay un punto clave en el tenis, que es poder resetear. Decir: “sí, me mandé una cagada, pero ya está”. Lo dijo Roger (Federer) en una conferencia que dio hace poco. Decía que el punto era lo más importante, pero que siempre que estaba atrás, ya había pasado. Ya no se puede hacer nada. A medida que vas jugando, te vas dando cuenta que una vez que pasó, pasó. Lo único que queda es concentrarte en el punto siguiente. Termina siendo una gran capacidad olvidarte de lo mal que hiciste algo y poder salir a los 20 segundos, con la misma convicción.
–¿De qué manera te llevás con esa delgada línea del fallo y el acierto?
–El competir te lleva a convivir mucho con la victoria y la derrota. Lo más importante es hacer un análisis objetivo. En el sentido de sacar un poquito el sí ganaste o perdiste, y ver cómo jugaste y cómo jugó el rival. Analizar desde el resultado es muy corto y limitado. No te sirve para lo que es importante, que es tener consistencia y continuidad a lo largo del año.
–¿Por qué es importante la competencia para el desarrollo de un tenista?
–El tenis tiene la dificultad de que todas las semanas tenés competencia. El tenista que puede competir mucho hace la diferencia. Porque vas agarrando ese ritmo de partidos y le vas perdiendo el miedo a perder. Los que juegan poco, tienen esa semana y tienen que hacerlo bien, porque después no se compite dentro de dos meses. Entonces te presionás más.
–¿Cómo te llevás con la complejidad de jugar al tenis?
–Es muy importante la posición. El saber la pelota que tenés que jugar, según la parte del terreno en la que estás y en la que está tu rival. Ser consciente de tomar las decisiones correctas. Por ahí era la pelota que tenías que jugar, pero se te fue larga. Y no es un error tan grave, como sí jugar una bola que no tocaba jugar. El tenis es un deporte difícil, donde podés hacer más puntos que tu rival y perder. Entre el ganador y el perdedor, la diferencia de puntos no es tanta. Es entre 10 o 12 puntos. No se trata tanto de la cantidad de puntos que ganás, sino de los momentos del partido.
–¿Cuánto entregás de tu cuerpo y mente en la competencia?
–Es la adrenalina de salir a la cancha y enfrentarte mano a mano con otra persona que te quiere ganar. Es como una incertidumbre, que es lo que se va a terminar extrañando. Esa adrenalina interna termina siendo más compleja en un deporte solitario que en un deporte en equipo. En un estado ideal, una busca abstraerse. El tema es que es algo que no siempre sucede. En mi caso, hay días que no tenés a nadie viéndote u otros días que hay mucha gente. Hay días que tenés la gente en contra o a favor. Eso es una variante que va jugando con la energía del juego.
–Esos momentos de nostalgia y de dolor que tuviste en tu carrera, ¿cómo lo fuiste transformando en algo superador?
–De ahí nace la fuerza de revertir las situaciones adversas. Siempre traté de seguir entrenando. Busqué encontrarle la vuelta para seguir activa. De las lesiones, algunas te quedan con ciertas molestias y hay otras que te quedan como huellas en el cerebro del tiempo que sentiste ese dolor. Eso requiere de un aprendizaje para eliminar lo que no es real y que está en tu cabeza. Volver de las lesiones es todo un desafío.
–¿El tenis es un desafío?
–El tenis es un camino que tomé para ir conociéndome. Cuando salís a la cancha sale toda la verdad. Salen tus miedos, tus dudas, tu energía, tus ganas y tu pasión. Encontrás lo que querés y lo que te mueve. Lo marco como un camino de aprendizaje personal, donde puedo errar, pero puedo actuar de otra manera al punto siguiente.