Debe ser lindo tener la posibilidad de decidir tu propio sueldo. Para quien se tiene en alta estima, sería como estar habilitado para hacer justicia por mano propia. Más complicado es determinar el monto de tu salario enfrente de quien debe meter la mano en el bolsillo para pagártelo. Más aún si el bolsillo está agujereado y adentro no hay otra cosa que el vacío cósmico. Eso es lo que palpa hoy la mano de la gran mayoría de los contribuyentes cuando busca un cobre. Se entiende entonces que los senadores, en su intento de rascar de donde no hay, se hayan movido con un sigilo que acabó amplificando la jugada.
Estamos todos aprendiendo a paso acelerado los pormenores del reglamento legislativo. Era hora. Queda claro que los senadores tardaron menos de dos minutos en aprobar el aumento de su dieta no porque anduvieran escasos de tiempo, que les sobra, sino porque queda feo andar despertando envidia. Muy considerados. Por otro lado, quedó demostrado que cuando quieren, los legisladores pueden: la “Ley de bases” avanza a paso de tortuga, pero el incremento de sus ingresos vuela a mano alzada. Prioridades son prioridades.
Que se entienda, no se cuestiona el monto en sí, en todo caso discutible. La dieta estaba relegada, si se la compara con lo que ganan otros funcionarios. El problema es que no fueron capaces de tener en cuenta el contexto social. Duplicarse los haberes cuando la gente común paga el costo del déficit cero con la pérdida de su salario en las fauces de la inflación, o cuando la UBA funciona a media luz por falta de presupuesto, denota la distancia que separa a los senadores del ciudadano de a pie. Es un golpe duro a la sufrida confianza que gran parte de la sociedad deposita en los que deben impulsar un cambio que nos libre de la espiral descendente.
«La hipocresía que sobrevuela lo ocurrido el jueves en el Senado resulta triste en este momento del país»
El aumento contó con el voto del peronismo y parte de la UCR, pero ninguno de los senadores del oficialismo y de PRO que no alzaron la mano objetó la medida o manifestó su desacuerdo durante la sesión. La cosa estaba cocinada. “Así se mueve la casta”, lanzó por X el Presidente, que según su entorno estaba “furioso” por lo ocurrido. Todo sea por salvar el capital simbólico. Lo cierto es que el proyecto de resolución que habilitó la votación llevaba la firma de un senador libertario, que luego alegó torpeza. Según parece, todos avalaron o dejaron correr, incluso los que después se golpearon el pecho. La hipocresía que sobrevuela el episodio resulta triste en este momento del país.
La casta, sin embargo, parece estar moviéndose también por otro lado. Esta semana el Gobierno puso en marcha el trámite de postulación del juez Ariel Lijo para ser magistrado de la Corte Suprema. Es difícil de entender la insistencia de Javier Milei en llevar al más alto tribunal a un juez cuestionado por los más serios referentes del mundo del derecho y por reconocidas instituciones de todo tipo, desde colegios profesionales hasta ONG e instituciones empresariales. ¿Nadie le contó a Milei lo que Lijo representa? ¿No le llevó su ministro de Justicia un compendio de las objeciones a la candidatura que plantearon tantas voces críticas? ¿También su mesa chica, en la que solo caben su hermana Karina y el asesor Santiago Caputo, eligió desoír ese coro que entonaba al unísono una melodía tan clara y repetitiva?
Todo indica que aquí hay una decisión meditada. Un dato significativo, pues en el Presidente lo emocional suele prevalecer sobre lo racional. Pero quizá la medida no deba sorprender demasiado: al mismo tiempo, Milei es un líder focalizado en la economía que nunca demostró especial consideración por las instituciones y los valores políticos de la democracia republicana. Hace días, sin ir más lejos, volvió a cargar contra la prensa en general (“La peor cloaca del universo está en los medios argentinos”) y contra otro periodista en particular, Jorge Lanata, al que calificó de “ensobrado” (cuando no). “El Presidente es así”, dijo Patricia Bullrich al ser consultada sobre el caso. Hasta los propios se resignan y con razón. Es el mismo Presidente el que con sus gestos parece decir: “Soy así, me toman o me dejan”. Muchos republicanos de a pie, con voluntad de apoyar un cambio genuino, se esfuerzan en mantenerle un crédito que él se empecina en rechazar.
Es imprescindible que un gobierno que llega con la promesa de terminar con los vicios de la casta no acabe cayendo en ellos. En este sentido, lo de Lijo preocupa no solo por la conformación de la Corte, sino también por los acuerdos que el oficialismo debería tejer para que la candidatura del juez prospere. Con el rechazo oficial de la UCR y PRO, la vía para conseguir la mayoría de los dos tercios sería un pacto con el kirchnerismo y los gobernadores peronistas. Más precisamente, con Cristina Kirchner y Gildo Insfrán, quien fue beneficiado por Lijo en el caso Ciccone. Y ya que hablamos de la Justicia, ¿qué podría pedir la expresidenta a cambio de los votos que prometa aportar en el recinto? Obvio. Que la última sesión del Senado nos sirva de lección. Cuando se vote por los nuevos jueces de la Corte, habrá que estar más atentos que nunca.