Ambos confesarán que admiraban a Maradona y hoy a Messi, aunque declaran no ser futboleros. Tanto Ariel Winograd, director de la nueva serie Coppola, el representante, como su protagonista, Juan Minujín se entregan a conversar de cómo fue filmar Coppola, el representante que tiene seis capítulos de algo más de cuarenta minutos. Desde el 15 de este mes se puede ver por Start+ con un numeroso elenco, donde están Mónica Antonópulos (Amalia “Yuyito” González), Santiago Bande (Guillermo Coppola joven) y Alan Sabbagh (Mariano), entre Agustín Sullivan (Carlitos Menem Jr.), María Marull (Silvia), Roxana Randón (madre de Coppola) y Gerardo Romano, entre muchos otros intérpretes.
—Filmaste varias ficciones sobre hechos reales, como “El robo del siglo” o “El gerente”. ¿Qué complejidad te enfrentó “Coppola”?
ARIEL WINOGRAD: (Se ríe). También mi primera película, Cara de queso, basada en mi propia infancia. Creo que la complejidad mayor fue cuando nos dimos cuenta que queríamos hacer, para encontrarle el tono a la serie y definirla desde un lugar visual. Más allá del personaje, el concepto de Coppola funciona como representante no solo de Maradona sino de los años noventa. Ahí empezó a aparecer un trabajo más de análisis, para mostrar esa época con sus excesos, frivolidad y códigos. Con sus cosas buenas, malas y muy lúdicas. Había en ese tiempo una ilusión de creer en algo, que se abrió como un mundo nuevo.
—¿Cuánto de verdad hay en esta serie?
ARIEL WINOGRAD: ¿Importa la verdad? Lo importante es el juego. Creo que hay algo en el mito de Coppola, quien es un gran contador de historias, casi como un actor que se para frente a un escenario y cumple el rol de narrador. Tuvimos acceso a gran cantidad de material de archivo, dando vueltas que uno conoce, por eso incluimos material de documentales. Son seis ficciones con una base sobre una historia de amor entre Diego y Guillermo, sin que se vea a un Maradona ficcional. Nos llevó cuatro años de trabajo.
—¿Tuvieron muchas entrevistas con Guillermo Coppola?
JUAN MINUJÍN: Sí, tuve muchos encuentros con Guillermo en su casa, solos. La dinámica era primero muy divertida por sus anécdotas. Después se convertían en encuentros muy emocionales, porque fui un poco a eso, ver qué hay por detrás de este personaje Coppola público, que conocemos como anfitrión y seductor. Es una persona muy abierta con lo cual fueron charlas muy emotivas y emocionales.
W.: Quise tomar distancia para poder jugar más, no quería estar tan pegado. Pero cada vez que Guillermo (Coppola) contaba algo sobre Diego (Maradona) lloraba y lo hacía de verdad. No es que estaba actuando.
—Es tu segundo papel sobre una persona real, pero de Jorge Bergoglio joven teníamos menos recuerdos que de Guillermo Cóppola: ¿cómo fue caracterizarse?
M.: En mi caso es con mucho trabajo, todo me cuesta un montón. Apunto a disolverme y que uno no vea mis características. Es estar muy al servicio de lo que quiero contar con el personaje. En este caso hay una enorme ventaja que es y fue que estaba todo ahí. Por lo general, cuando uno en lo audiovisual o en el teatro arma un protagonista lo hace de cero. No quise hacer una imitación sino encontrar la energía que tiene él y su manera de pensar. Guillermo es lo más parecido al que vemos, entrador, charlatán, seductor, que te convence de cualquier cosa. Pero también están las zonas mucho más oscuras, tristes o melancólicas, donde debía enfocarme más para no distraerme. Hay un capítulo dedicado a sus meses en la cárcel. Se quiso mostrar todos los altibajos.
—Son muchos los actores que subrayan el ambiente laboral que creas…
W.: El trabajo del actor para mí es como muy admirable. Soy muy respetuoso, porque son instrumentos y al tener los mejores intérpretes busco afilarlos y sacar lo mejor de ellos. Trato que las experiencias de rodaje sean divertidas, no traumáticas, para entrar en un espacio de juego.
M.: Es la primera vez que trabajo con Ariel y agradezco mucho que la carrera me lo haya cruzado, se lo deseo a cualquier actor y actriz porque tiene una capacidad de juego, creatividad y riesgo, no de provocación. Estimula y motiva en cada área. Está todo el tiempo reflexionando sobre lo que estamos contando. Tiene una intensidad increíble, y además, es muy divertido. Fue la experiencia audiovisual más lúdica que tuve en mi carrera, por lejos.
—¿Te convertiste en un especialista en dirigir comedias, incluso en México?
W.: Me parece muy lindo como género y las comedias pueden ser todas diferentes. Filmé en México dos películas y tres series, incluso estoy en una posproducción. Fue una experiencia maravillosa. Es muy interesante descubrir que el lenguaje del cine es igual. Se trabaja desde el mismo lugar, con un profesionalismo y amor intacto. La experiencia y la posibilidad de contar otras historias hacen que uno aprenda mucho. México filma muchas comedias, por lo cual me siento muy privilegiado.
—¿Qué recuerdos les dejó estar en la ciudad de Nápoles?
M: Fue hermoso, muy caótico e intenso. Es una ciudad que ama tanto a Maradona que era sobrecogedor estar ahí. Hay murales por todos lados y la gente lo ama, lo adora y conoce la historia. Tiene ese caos también muy argentino.
W: Fueron once semanas de rodaje y fuimos a Nápoles a grabar lo que se ve en el primer capítulo, viajamos con una unidad reducida. Fue muy fuerte y emocionante, es como un país aparte. El amor y la pasión por Maradona no la vi en ningún lugar del mundo. Se nos acercaba la gente para contarnos anécdotas. Del equipo técnico de allá, dos tenían hijos a los que le habían puesto Diego Armando, como homenaje al diez.
—Ambos filmaron otra serie (“¡Síganme!” sobre Carlos Saúl Menem) sobre esta misma década de los noventa. ¿Se especializaron en esos años?
W.: Ya la terminamos de filmar e irá por otra plataforma. Fue un proyecto muy desarrollado, sentí que necesitaba “hermanos” para esta aventura. Quería que estuvieran tanto Leonardo Sbaraglia como Juan Minujín. Es una década muy particular. Creo que se podía armar la trilogía Cara de queso, Coppola, el representante y ¡Síganme! Tratar de no juzgar sino de entender y ver con la perspectiva de hoy. Por suerte creo que hemos avanzado como sociedad en algunos aspectos. Verla ahora me parece una época, una década muy atractiva, porque no había límites.
M.: Me resulta interesante poder trabajar en eso, sin juzgarlo desde el 2024. Me parece una clave muy importante porque si no, se empieza a hacer una bajada de línea. Como espectador cuando veo algo que está encarado por ese lado, no me interesa nada. Hay que retratarlo sin juzgarlo, sin estar señalando moralmente, para que la audiencia pueda verlo. Puntualmente a Coppola lo encaramos desde esa exuberancia, ostentación, frivolidad y fiesta, aunque también atravesado con otras cosas mucho más profundas, para no perder la complejidad. Hablando con otra gente que lo conocía a Guillermo nos decían mucho, que él repartía billetes de cien dólares como propina, en esos años noventa. No quisimos exagerar, sólo mostrarlo. Tampoco había perspectiva de género en esos tiempos, se ve en la escena del teatro de revistas.
—¿Cómo ven la situación del Incaa?
M.: Siento mucha tristeza y preocupación. Ya lo he dicho y lo hemos dicho un montón de veces. A título personal, a mí me parece un error muy grande desfinanciar a la cultura, sobre todo en el caso del Incaa, puntualmente. Es un organismo, que además no le pide plata al Estado, sale de otro lado. Se dijo muchísimas veces.