martes, 15 octubre, 2024
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Quise jugar con lo científico y con lo sobrenatural

Era la década del noventa cuando un joven dramaturgo irrumpió con un estilo personal. Fue Javier Daulte con Criminal. Luego se sucedieron los estrenos en la Argentina pero también en otras capitales del mundo, incluso lo convocaron desde España, compartiendo Madrid y Barcelona sus puestas. Primero psicólogo, luego autor, más tarde director y también guionista de varios éxitos televisivos. Volvió con su última creación, El sonido, escrita y dirigida por él, con un elenco integrado por Ramiro Delgado, Luciana Grasso, Silvina Katz, Paula Manzone, Agustín Meneses, Marcelo Pozzi, William Prociuk y María Villar. Las funciones son los martes a las 20 horas, en su propio teatro, Espacio Callejón (Humahuaca 3759).

—¿Cómo surgió “El sonido”?

—Hace muchos años había leído un artículo donde se hablaba de las características del sonido y la teoría que se habla en la obra, donde ellos se quedan impregnados, ya que es una onda mecánica, no magnética. Con el grupo que hicimos Luz testigo quisimos hacer otro espectáculo y la pensé para esa cantidad de personajes. Me gustaba la idea de sumar a los fantasmas, que nos acompañan en esta vida con la teoría del sonido. Quise jugar con lo científico, lo sobrenatural, lo real, lo ficticio, etcétera y etcétera.

—De tu generación sos el que más busca la ciencia ficción como lenguaje expresivo.

—Para mí son ciencias probables. Me gusta el que me hagan creer cosas que no existen. Mis obras no ocurren en un futuro, sino en un presente como Automáticos o 4D óptico. Todo sucede en un presente. Siempre digo que quiero que el teatro recupere lo que siempre fue suyo. Los griegos ponían a sus dioses en el escenario, Shakespeare puso fantasmas, seres mágicos, hadas o duendes. Me parece que las especulaciones científicas, que están detrás de la ciencia ficción, son territorios que nos permiten y ayudan a reflexionar sobre la realidad. Creo que cuanto más apegados a la realidad estamos, menos podemos analizarla.

—¿Te ayudó el terminar la carrera de Psicología?

—Creo que para algunos me da autoridad el estar recibido y tener diploma. Aunque buscar las respuestas a los comportamientos de los personajes a través de un análisis psicológico es un camino demasiado largo para mí. 

—Fuiste director artístico de la sala Villarroel en Barcelona (2006/2009). ¿Aquí te ofrecieron algo parecido?

—El grupo Focus, que es una productora privada, con una serie de teatros. Me convocaron en un momento muy interesante del teatro en Barcelona. Después pasó la política y la empresa se modificó. Fue una experiencia interesante. No me siento con vocación de gestión, por más que haya dirigido un teatro y que esté al frente de otro desde hace muchos años. Tanto los gobiernos de Mauricio Macri como de Alberto Fernández me ofrecieron dirigir el Cervantes, pero no tengo vocación de gestor. 

—¿Cómo entonces compraste el Espacio Callejón y lo mantenés desde hace más de treinta años?

—Había trabajado con Alicia Leloutre, soy amigo de ella, quien fue la dueña anterior, no era la única propietaria. Cuando lo iba a poner a la venta pregunté si lo podía comprar. Lo terminé adquiriendo y fue un proyecto que tenía mucho que ver con mi intención, después de muchos años de haber estado trabajando en España, de querer poner los dos pies otra en Argentina. Tener un espacio propio de algún modo era una forma de decírmelo a mí mismo y decírselo al mundo, también fue un proyecto familiar. Aquí estamos con mi compañero Federico Buso y mi hijo Agustín. Tener la posibilidad maravillosa de contar con un espacio para mis propias creaciones y para que la gente que admiro pueda hacer sus espectáculos. También que los nuevos encuentren aquí su oportunidad, la misma que me dieron a mí tantos teatros cuando empecé.

El secreto de dirigir a los más talentosos

Casi inmediatamente después del dramaturgo apareció el puestista Javier Daulte, no solo de sus propios obras. Confiesa: “Me había jurado que nunca iba a dirigir textos ajenos, hasta que creo que encontré la clave. Lo trato como si fuera mío y al mío como si fuera ajeno. Respetar un texto no es venerarlo. Fue Gabriela Izcovich con mi obra Faros de color quien me impulsó a empezar a dirigir”. Es muy larga la lista de intérpretes con los que trabajó, desde Alfredo Alcón y Rodolfo Bebán hasta María Onetto. Subraya: “Los actores saben mucho, tienen más horas de vuelo que los directores porque están todas las noches haciendo la función. Enseguida se dan cuenta si un director sabe o no. Siempre tuve en claro que no tengo nada que enseñarles y mucho más para aprender”.

Debutó como guionista televisivo en 1998 con Fiscales, luego llegaron Para vestir santos, Tiempos compulsivos y su última Silencios de familia (2016). Cuando se le pregunta por su ausencia en la televisión y en las plataformas, afirma: “Cambiaron mucho las políticas y las reglas de juego. Mi sensación es que asistimos a un fin de época. No lo extraño especialmente. Siempre que hice televisión fue en condiciones muy soñadas e ideales, que hoy han desaparecido. Es difícil que se respeten las ideas de un autor, como sí pasaba antes. El trabajo del guionista quedó muy supeditado a las productoras y se perdió quizás un poquito lo artesanal que tenía. En estos momentos hasta hacen casting de ideas y no tengo ganas particularmente de acercarme”. 

Su hijo Agustín es actor y se lo pudo ver en Carnicera en el teatro Regio. Recuerda: “Lo primero que le dije fue que debía estudiar. Hay que estar atento a cuidar la vocación tanto como al talento”.

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