martes, 15 octubre, 2024
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China completa su digitalización como una emergencia nacional

El capitalismo del siglo XXI es un sistema absolutamente integrado por la revolución de la técnica, y guiado a través de ella por el comercio y las inversiones.

Por eso son altamente reveladores los siguientes datos sobre la relación entre las superpotencias, EE.UU. y China: el stock de inversión directa (IED) de EE.UU. en China ascendía a U$S108.000 millones en 2018, y trepó a U$S126.000 millones el año pasado; y al mismo tiempo, las importaciones de China desde EE.UU. alcanzaron un récord de U$S564.000 millones, con un crecimiento de 7% en los últimos 12 meses.

Las cuatro principales empresas “high tech” norteamericanas tienen un vínculo vital con el mercado chino: 62% de los ingresos de Qualcomm provienen de China, y 27% de los de Intel tienen el mismo origen; y lo mismo ocurre con 22% de los de Tesla y 18% de los de Apple.

En varios rubros decisivos de la economía avanzada el liderazgo tecnológico y científico está en manos de la República Popular. Entre ellos, el sistema de pagos digitales – y en general todo lo que hace a la moneda digital -, así como lo referido a la industria de los paneles solares y de los vehículos eléctricos.

China ya encabeza 37 de las 44 tecnologías de avanzada, entre ellas la biología sintética, y las telecomunicaciones cuánticas.

El ingreso per cápita de la población china era 2% del norteamericano en 1980, y alcanzó a 28% el año pasado.

La economía china mostró en agosto signos evidentes de mejoría, con ventas minoristas y el PBI industrial creciendo más allá de las previsiones. La producción industrial aumentó 4,5% anual en ese periodo, mientras que las ventas al menudeo treparon 4,6% (frente a 3,7% y 2,5% del mes anterior).

Esto parece indicar que el aspecto “crisis” de la situación económica tiende a superarse; y lo mismo sucede con la industria de la construcción donde las ventas de inmuebles han aumentado significativamente, impulsadas por las diversas medidas de estímulo otorgadas por el gobierno.

El problema de fondo de China es la caída experimentada por la demanda doméstica, que golpeó incluso la confianza de los consumidores.

Lo que sucede en este aspecto decisivo es una cuestión estructural, y es que 60% del PBI todavía no ha accedido a la “economía digital”, que es el proceso de digitalización de la manufactura y los servicios; y esta limitación estructural ha devenido en una emergencia nacional, debido al agravamiento del conflicto con EE.UU., que ha lanzado una ofensiva en gran escala para imponer – y mantener – su hegemonía, sobre todo en el terreno estratégicamente decisivo de la alta tecnología.

La respuesta china a esta situación de emergencia tiene tres características fundamentales: el principal protagonista es el sector privado, por su superior dinamismo y su condición de fuente principal de innovación; el acento se coloca luego en la creación de nuevas industrias, en especial las del sector manufacturero de alta tecnología; y, por último, es absolutamente central el papel de la inversión extranjera, en especial el de las transnacionales “high tech” del mundo avanzado.

En esta nueva etapa histórica, China compite básicamente consigo misma, porque se trata de alcanzar una economía 100% digital en los próximos 10 años, después de haber logrado en cuatro décadas el actual 40%.

El desarrollo de la “economía digital” es débil considerado en términos globales. El porcentaje de 40% del PBI es menor que los de EE.UU., Alemania, Japón, y Corea del Sur; y el esfuerzo de cubrir el 60% restante en un plazo de 10 años implica llevar todas las operaciones de producción, servicios, y “management” a un nivel de completa digitalización, con lo que esto implica de re calificación plena de la fuerza de trabajo o capital humano.

El objetivo que se busca es una eficiencia superior y menores costos, con un aumento significativo y acumulado de la productividad de todos los factores (PTF), sinónimo de innovación.

Se trata de aumentar no el producto, sino la capacidad innovadora del sistema; y hacerlo al ritmo que exige la ofensiva estratégica de EE.UU.

Este esfuerzo está acompañado de un alza constante de la inversión en investigación y desarrollo científico y tecnológico (R&D), que tras ascender a U$S137.000 millones en 2012 se duplicó en 2019 (U$S310.000 millones), para trepar luego más de 40% en solo 2 años (U$S450.000 millones).

La eficiencia de este gasto lo indica entre otros puntos el número de artículos publicados por investigadores chinos en las principales revistas científicas del mundo, después de que fuera aprobado su contenido por arbitraje internacional, ascendieron a 16.349 en 2022, por primera vez un número superior a los de fuente norteamericana.

En los últimos 2 años se ha producido un formidable salto tecnológico en el rubro crucial de la producción de semiconductores o “chips”.

La autosuficiencia china en esta materia era 5% de la demanda en 2018, y ahora – incentivada por las sanciones de EE.UU – alcanzaron a 25% en 2023.

El desafío que enfrenta China es del estilo y magnitud de los de la “Larga Marcha”, cuando el Ejército Rojo liderado por Mao Tse Tung se salvó de la destrucción tras recorrer en 8 meses 12.000 kilómetros y librar 30 batallas.

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