Cercan a Martín Guzmán y Cristina Kirchner prepara más malas noticias para Alberto Fernández

Martín Guzmán se siente acorralado. Es infrecuente que sus colaboradores lo vean nervioso o con arrebatos de levantar el teléfono para expresar sus quejas. Ahora sí está en problemas y se trasluce en su semblante. No es que antes no lo estuviera, pero el acoso ha pasado a ser permanente. Ya no es solo Cristina. Ya no es solo La Cámpora. Esas voces fueron un susurro incómodo desde el mismo día de su asunción. La tormenta perfecta comenzó a cerrarse sobre sus planes de ordenar la economía en los últimos siete días. Una nueva sombra se proyecta a cincuenta metros de su despacho.

“Vas a tener que meterle a la billetera, Martín. No aflojes, eh. Metele a la billetera porque hay que ganar las elecciones“, le dijo Juan Manzur el martes, en la primera conversación a solas, luego del debut como jefe de Gabinete. No fue un tono agresivo, pero sí incisivo. Una declaración de principios. Manzur se juega su futuro. No esconde que quiere ser presidente. Algunos hasta han comenzado a hacerle bromas agitando el 2023. Él se siente reconfortado. Infla el pecho. Se le abrió una vidriera que hasta hace una semana no tenía. 

Es una vidriera demasiado astillada, por cierto, pero él sueña con ser parte de la reconstrucción y que eso lo convierta en la cara de una era de despegue en la gestión. El flamante jefe de Gabinete se muestra hiperactivo: si es necesario, en lugar de citar a los ministros a su oficina, va él a la de ellos a proponerles iniciativas. Los sorprende. Quiere darles ánimo. Ha hecho críticas sobre algunos funcionamientos. O, al revés, sobre el no funcionamiento. Todo vuelve. Cristina dixit.

No se privó tampoco de ponerle el sello a los anuncios, aun a los que estaban en estudio bajo la tutela de Santiago Cafiero. Alberto se corrió de la escena para que esas medidas tuvieran la impronta de su funcionario. Fue parte de la negociación para que aceptara dejar su provincia.

Desde las mejoras relacionadas con la economía (suba del salario mínimo a 32 mil pesos, mejoras para los trabajadores que pagan el Impuesto a las Ganancias y cambios en la política jubilatoria) hasta los vinculados con la eliminación de las restricciones sociales por la pandemia, Manzur intentó sacar tajada. A propósito de esas eliminaciones, en los pasillos de la Casa Rosada se contaba una anécdota para agigantar el cambio en marcha. Decían que Carla Vizzotti le pidió a Manzur hacer una última rueda de consultas con los epidemiólogos antes de eliminar el barbijo en los espacios públicos y que el tucumano le contestó: “¡Pero Carla! Estás hablando con el especialista”.    

Con el guiño de Cristina y la aceptación del Presidente, las planificaciones de Guzmán comienzan a ser destruidas como castillos de arena. El oficialismo en el Congreso, con Máximo Kirchner en primer plano, trabaja para modificar el Presupuesto 2022 y la nueva ley de hidrocarburos. Manzur le acaba de notificar que la emisión no es un problema o, al menos, que no es un problema prioritario. Y no cesa la presión para que el acuerdo con el FMI se estire en plazos de más de diez años, pese a que los estatutos del Fondo lo impiden. El tablero de ajedrez sobre el que se para Guzmán es cada vez más complejo. 

¿Y la inflación? Es otra batalla que puede esperar. Lo importante es la aceleración del gasto. “La platita”, para decirlo en el particular termómetro social de Daniel Gollán. El ajuste que el ministro de la cartera económica hizo en los primeros meses del año, más parecido a una administración macrista que a una kirchnerista impactó en las urnas y es una mancha que se expande en todos los círculos oficialistas.

Cristina no se lo perdona, aunque sus asesores hagan movidas de prensa para instalar que ella no quiere su cabeza. No dicen toda la verdad. Sí la quiere. Solo es una cuestión de tiempo y de especulaciones. Los llamados de la vice a Guzmán habrían buscado otra cosa: no alterar por demás a los mercados ni empantanar las negociaciones con Kristalina Georgieva.

El domingo 14, si se produjera una nueva derrota, Cristina iría por más. Quiere afuera del Gabinete a Matías Kulfas, el ministro de Producción, y al de Trabajo, Claudio Moroni. Tal vez incluya en esa lista a Matías Lammens, el de Turismo. Guzmán no se quiere ir y Cristina lo sabe. Es tozudo. Eso explica sus concesiones. En sus últimas argumentaciones, de todos modos, hizo algo que nadie hace: le dijo a Cristina que estaba equivocada. Es fácil suponer, hablando con fuentes camporistas, que a la ex presidenta no le cayó bien que la haya desautorizado. 

El milagro de la permanencia de Guzmán en el Ejecutivo podría darse si aceptara que modifiquen de pies a cabeza su política económica. Habrá que ver hasta dónde llegan sus energías. O hasta qué nivel permite que su ministerio sea virtualmente intervenido, como se analiza en algunos ámbitos.

Lo ha confesado Máximo Kirchner en charlas reservadas. Han trascendido algunos detalles de esas conversaciones, pese al compromiso de no difusión que entabla con determinados personajes y también con selectos periodistas, que pasan antes por un severo filtro. Hay cierto revuelo con esa cuestión en el universo ultra K. La filtración de detalles puntuales que estremecen a Máximo. Como si desconocieran un viejo truco: los amigos no difunden, pero cuentan. A veces son más peligrosos que los enemigos.

Alberto, a instancias de su nuevo brazo ejecutor, Manzur, relega las expectativas de Guzmán. Gracias a un artilugio contable con los DEG del FMI y a la impresión constante de billetes, el Gobierno consiguió 422.000 millones de pesos extras para volcar al mercado. Los estrategas de la campaña del Frente de Todos esperan que eso se traduzca en un cambio de clima en los votantes.   

Según cálculos de la consultora FMyA, la emisión por el déficit en el año será de un billón de pesos. El impacto de la maniobra se sentiría en el verano. La inflación difícilmente consiga un ancla. Guzmán planificó una suba de precios para 2022 mayor a la de este año. Había pautado subas en 2021 del 29%. En diciembre cerraría, con suerte, por debajo de los 50 puntos. Economistas de la oposición entienden que el año que viene sería mayor. Macri dejó el 53,8% en 2019, su peor año. Son cifras similares que se estiran en el tiempo. Pero las heladeras siguen vacías y habrá que ver qué pasa con las tarifas. Guzmán proyecta subas. Cristina ya le impidió este año aumentos por encima de un dígito. Guzmán había dicho que estarían en sintonía con la inflación. 

La cuestión tarifas está pendiente en la larga agenda que, algún día, deberán retomar Alberto y Cristina. Hoy el diálogo entre ellos está frío. Hablaron durante una hora el viernes de la semana pasada, antes de los anuncios. El Presidente estaba en la Casa Rosada y la vice en el Senado. Ella se enteró de que ciertos asesores de Alberto le sugirieron romper la alianza. Los maldijo en voz alta. Entre ellos a Gustavo Beliz.

Quienes la conocen en profundidad sospechan que vendrán semanas de tensión en los últimos dos meses del año, cuando los argentinos hayan dejado atrás la elección de diputados y senadores. Hay más malas noticias en el horizonte de Cristina. Y Alberto Fernández lo sabe.

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