Desde que el documental
Leaving Neverland se estrenó en el festival de Sundance comenzó un debate no solo sobre la persona sino también sobre la obra de
Michael Jackson.
Sus familiares y seguidores acérrimos repiten que el cantante es inocente, que los acusadores están motivados por dinero y que no presentan pruebas a cámara (esto último es cierto, pero sus testimonios son abrumadoramente creíbles). Al otro lado del espectro, decenas de emisoras de radio anunciaron que eliminarán las canciones de Jackson de su programación, la compañía productora de
Los Simpson decidió que se retire de circulación el episodio de 1991 en el músico le pone voz a un personaje y el musical
Don’t Stop Till You Get Enough, centrado en la juventud del cantante, canceló sus ensayos.
Tras la llegada del
#MeToo, ya sea por presión o por temor a publicidad adversa, esta suele ser la respuesta habitual ante una acusación de abuso (un enorme paraguas que incluye desde la pedofilia hasta maltrato laboral): no solo el supuesto abusador sino también su obra deben desaparecer de nuestra cultura. Así, tras que se recordara el año pasado que Woody Allen fue acusado de acosar sexualmente a su hija adoptiva Dylan hace más de dos décadas (aunque en ese momento las acusaciones fueron desestimadas por dos grupos de peritos distintos y el fiscal debió retirar la demanda), su último film,
A Rainy Day in New York, permanece archivado por Amazon Studios. Lo mismo corre para los cómicos Louis CK o Aziz Ansari, que perdieron sus respectivas series tras que surgieran testimonios sobre su “conducta sexual impropia” (en el caso de Ansari, ni siquiera existe consenso de que haya actuado mal).
La pregunta es la misma en todos los casos: aunque todas las acusaciones fueran ciertas y tuvieran la misma gravedad, ¿solo debemos rescatar el trabajo de aquellos artistas que podamos considerar buenas personas? Es un criterio que diezmaría bibliotecas. ¿Por qué eliminar la obra solo de los acusados de abuso sexual? ¿Qué hay de los señalados por otros delitos, como el homicidio? Tras una discusión por deudas de juego, Caravaggio asesinó a un hombre en una pelea callejera y escapó de Roma para evitar ser arrestado. Es evidente que nos habríamos perdido algo importante si en algún momento se hubiera decidido que la obra plástica de un asesino no debe ser expuesta. Pero si bien es sencillo decir que hay que separar al arte del artista, esto no es tan fácil de hacer, en especial, en el caso de una estrella pop o de un cómico, porque la apreciación de su obra está vinculada a la empatía que nos produce su persona pública.
Sin embargo, la decisión de volver a escuchar a Michael Jackson o ver un programa de Louis CK debería ser una decisión tan personal como el efecto que tienen esas acusaciones sobre cada uno de nosotros. La presión que ejerce una minoría para que su obra deje de estar disponible para el público solo puede ser leído como una forma de censura.
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algún comentario violatorio del reglamento será eliminado e inhabilitado para volver a comentar. Enviar un comentario implica la aceptación del Reglamento.
Para poder comentar tenés que ingresar con tu usuario de LA NACION.