Demasiada realidad

No es una sensación. Tengo la certeza de que hace algunos años era más fuerte, podía tolerar más y mejor las historias desgarradoras con las que nos toca convivir a los que estamos en la calle. Me parecía que tenía espaldas para ponerle el lomo, para escuchar, entender, desgranar, condensar y seguir. ¿Era frío? Estoy seguro de que no, de que tenía el mismo poder para la empatía que tengo ahora, y nunca pude poner una distancia demasiado grande entre lo que escuchaba y los sentimientos que eso despertaba en mi.

¿No me importaba? Claro que me importaba, nadie podría ser cronista en la calle si no le importa lo que le está pasando a ese otro que se nos acerca con la vida desgarrada en sus manos. ¿Cambié? Si, cambié. Soy papá y eso me hace permeable a todas las historias en las que hay chicos en el medio. No puedo evitar verme en ciertas situaciones, imaginar que algo de lo que me toca contar podría pasarme a mí y eso me vuelve vulnerable.

Y todavía dispongo de las mismas herramientas que fui logrando con los años de profesión para tratar de evitar que todo me llegue, pero a veces parece no funcionar. Sé que existe eso que los psicólogos llaman “disociación instrumental”, eso que le permite por ejemplo a un cirujano llevar adelante una operación sin pensar todo el tiempo que tiene la vida de una persona en sus manos.

Los periodistas construimos eso también para poder entrevistar con la distancia suficiente como para poder guiar las preguntas sin terminar abrazados al dolor de las personas que están frente a nosotros. También tengo mi humor, negrísimo por cierto desde que estaba en el secundario, pero potenciado con los años para tratar de encontrar la manera de reír cuando habría que llorar.

Me banco tener ese costado casi cruel, sé que lo necesito como escudo, y no lo uso delante de cualquier persona porque muchos no lo entenderían. Los que trabajan conmigo conocen ese lado y la mayoría de ellos ha desarrollado esos mismos anticuerpos contra lo que vemos. Muchos de ellos estaban esta mañana en San Justo conmigo, contando cómo una mujer fue asesinada a balazos cuando llevaba plata para depositar en el banco en un remis. Esa mujer de 39 años era la mamá de dos nenes, era una hija, una esposa, era una emprendedora que había querido tener un negocio con su esposo pero el negocio no caminaba y los dos buscaron otra cosa, él al volante de un camión, ella en ese frigorífico en el que trabajaba desde hacía cuatro meses.

La esquina de Arieta y Australia, en la que se produjo el ataque. (Fuente: Google Maps).

Muchos de los cronistas que entrevistaron al marido o al suegro tienen más de veinte años de carrera y el cuero muy duro. Han visto y escuchado muchos cosas. Pero pocos habrán visto como vieron esta mañana a sus colegas destrozados en una entrevista.

Nadie podría ser cronista en la calle si no le importa lo que le está pasando a ese otro que se nos acerca con la vida desgarrada en sus manos.

Yo sé que nunca lo había visto. No era uno o dos los que estaban afectados. A cada uno de nosotros, se nos cerró la garganta y se nos cayó una lágrima escuchando a esa familia que había decidido salir a hablar en medio de tanto dolor para que alguien haga algo. Estoy seguro de que todos los que estábamos ahí habíamos cubierto antes ataques mortales de motochorros, homicidios brutales sin sentido, por nada, por qué si. Pero no sé por qué hoy nos afectó tanto.

A lo mejor, ese papá nos puso frente a una manera de expresar su pérdida que salta cualquier tipo de defensa. Todos los que lo escuchábamos queremos o hemos querido a alguien y somos hijos, padres, hermanos, esposas, parejas, amigos de alguien. Todos sabemos de que se trata madrugar, esforzarse, salir a la lluvia, al sol, al colectivo repleto, al tren con retraso. Todos tenemos un proyecto, un plan, un deseo. Todos podemos imaginar lo que significa perder todo eso. Y hoy, ese hombre que perdió a su mujer nos lo hizo vivir. Hoy, me vuelvo a mi casa después de haber contado otra historia que me rompe. Tengo claro que no soy el único que se va a su casa así. A veces, hay demasiada realidad y no hay cuero ni escudo que pueda resistir tanto sin quebrarse.

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