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Independiente
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Atlas (Argentina)
Después de tantos contratiempos, debates y sobre todo derrotas y empates impensados,
Independiente
y
Ariel Holan
se dieron una noche de respiro. El Rojo venció 4-0 a
Atlas
, modesto equipo de Primera D, sin permitirse las dudas y dejando en claro, esta vez sí, la diferencia de categoría.
La
Copa Argentina
es una piedra en el zapato del conjunto de Avellaneda. Nunca la ganó y guarda en su memoria desde angustiosas victorias por penales ante rivales menores hasta un par de eliminaciones humillantes. El pecado histórico, en general, fue tomar estos enfrentamientos con un exagerado aire de superioridad. No ocurrió en cancha de Banfield, quizás como muestra de que el horno no estaba para bollos.
Los dirigidos por Holan salieron a imponer condiciones de arranque, con la intensidad de antaño en la presión y con determinación para pisar el área rival. Esos recursos le bastaron para sacar ventaja de movida (a los 15 ya estaba 2-0, con el debut en la red del pibe Molina) y vivir tranquilo.
Con la victoria asegurada, el partido sirvió para certificar que Cecilio Domínguez es dueño de una habilidad impredecible; que Pablo Hernández mantiene su curva ascendente; que Sánchez Miño pinta para titular indiscutido y que Pablo Pérez va recuperando su mejor versión. También que a Benítez le cuesta un mundo resolver bien las jugadas; que todo córner en contra genera peligro; que no hay modo de evitar ni los sustos atrás ni la falta de continuidad en el juego; y que la contundencia es aún materia pendiente (la goleada pudo ser mayor).
Independiente necesitaba volver a ganar, y hacerlo sin sufrir. Lo logró solo con marcar las enormes distancias que lo separan de Atlas. Parece poco, pero en época de vacas flacas cualquier sonrisa tiene doble valor.
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